lunes, 12 de septiembre de 2011

Stéphane Hessel



El actual fenómeno literario en Francia se llama Stéphane Hessel y es un hombre delgado, con el pelo rapado, simpático, atento y lúcido. Tiene 93 años, se dirige a su mujer, de parecida edad, llamándola “amor mío”, ha vivido una vida de aventuras, coraje y determinación que no cabría en varias películas y reside en un piso discreto y acogedor en un barrio del sur de París.
Canturrea al pasearse por el apartamento. Recibe muchas llamadas que no contesta. Su fax temblequea constantemente. Su librito, un panfleto político de 32 páginas titulado Indignez vous! (¡Indignaos!) ya ha sido comprado por 850.000 franceses, va a sobrepasar el millón, se encuentra en las listas de los libros más buscados en Francia y se va a traducir a una veintena de lenguas. Editado de forma casi artesanal por Indigène, empresa perteneciente a un matrimonio de editores militante y comprometido de Montpellier, se vende a tres euros. Al principio imprimieron 8.000 ejemplares pensando que no iría más allá. Pero el librito, que salió en plena tormenta social en Francia por el retraso de las jubilaciones, cobró vida propia.

Nacido en Berlín, Hessel llegó a París en 1924, a los siete años. Sus padres fueron unos alemanes cultos y curiosos, escritor y pintora respectivamente, amigos de Duchamp y Picasso y su relación amorosa sirvió de modelo para la película Jules et Jim, de François Truffaut. “Conocí a Walter Benjamin a los 15 años. Toda esa gente era mi familia. Por eso, cuando el nazismo calificó esa cultura de degenerada, tuve que rebelarme. Por cierto, a mi madre le gustó mucho la película. Y escribió a Truffaut para decírselo”.



Hessel estudió en la Escuela Normal Superior, donde conoció a Sartre: “Era un tipo influyente, que te convencía de cómo había que ser y cómo debía uno actuar”. Tras el armisticio, se levantó contra Pétain, luchó en la Resistencia, fue hecho prisionero por la Gestapo y estuvo en un campo de concentración, entre otras vivencias. Pero su libro no habla de eso.

“Mi obra exhorta a los jóvenes a indignarse, dice que todo buen ciudadano debe indignarse actualmente porque el mundo va mal, gobernado por unos poderes financieros que lo acaparan todo”. Y prosigue: “En nuestra época teníamos un adversario claro: Hitler, Stalin. Y dijimos ‘no’. Ahora, el enemigo es más difícil de encontrar. Pero es igual de importante decir ‘no’. Hay que resistir otra vez. Nosotros nos jugábamos la vida. Pero los jóvenes de ahora se juegan la libertad y los valores más importantes de la humanidad”.

Sabe de lo que habla. En junio de 1940, se levantó contra el régimen colaboracionista de Vichy. “Muchos franceses pensaban que la guerra había terminado ya y no querían saber nada del llamamiento de De Gaulle desde Londres. Otros nos negábamos a que todo acabara así”. El joven subteniente Hessel saltó al norte de África. De ahí a Lisboa, antes de llegar a Londres, donde se puso a las órdenes del general. “De Gaulle era muy alto, muy cortés. Entonces éramos muy pocos a su alrededor. Cuando llegué, me invitó a comer: a mí, a un subteniente. Supe entonces que era el hombre al que debíamos seguir”. Trabajó tres años en la capital británica como organizador de la red de espionaje en Francia. Después, harto del despacho, fue enviado a Francia como jefe de espías. “Trabajábamos enviando información a Londres por radio. Pero no se imagine las radios de ahora. Eran aparatos que funcionaban muy mal, y no podíamos emitir más de 20 minutos porque nos interceptaban los alemanes”.

Un camarada, tras ser torturado por la Gestapo, le traicionó: “Me citó ahí cerca, en el cruce entre la calle de Edgar Quinet y la avenue Raspail. Era el 10 de julio de 1944 y los aliados ya estaban en Caen. Quienes me esperaban de verdad eran los de la Gestapo”. Le trasladaron al campo de concentración de Buchenwald. “Allí a los espías o los fusilaban o los ahorcaban. Me libré de la muerte gracias a que, a última hora, pude hacerme con la identidad de un francés que había muerto de tifus”, explica. Volvió a ser apresado. Retornó a un campo de concentración. Se escapó otra vez. Alcanzó París, ya liberada.

Se reunió con su esposa Vitia y sus tres hijos. Se convirtió en diplomático. En 1948 participó en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos , redactada en el Palacio de Chaillot, en París. Trabajó en Nueva York, en Viena y en París, viajó por todo el mundo, siempre fiel a los valores de la Resistencia y a los Derechos Humanos, escribió un libro de memorias de hermoso título Dance avec le siecle (Baile con el siglo) y aunque anima a la gente a indignarse, aboga por la no violencia, aparentemente no guarda ninguna amargura y sonríe incluso cuando recuerda los peores momentos, como cuando le torturó la Gestapo en un calabozo de la Avenue Foch, en París: “Yo les hablaba en alemán. Muchos camaradas me dijeron después que había cometido una locura, que era mejor fingir que no les entendía. Pero yo les hablé. Me metían la cabeza en una bañera llena de agua hasta que estaba a punto de ahogarme, y luego me levantaban y me preguntaban. Yo les dije en alemán que la guerra estaba terminándose y que la iban a perder, que no les convenía torturarme mucho porque les podría denunciar yo luego. Quién sabe. Tal vez eso me salvó la vida. Y lo de la bañera era muy desagradable, sí, pero se sobrevivía. La prueba soy yo”.

fuente: EL PAÍS

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