viernes, 18 de febrero de 2011

Dia de bronca

Compadritos


Compadre: Si no le he escrito, 
perdone... ¡Estoy reventao! 
Ando con un entripao 
que, de continuar, palpito 
que he de seguir derechito 
camino de Triunvirato; 
pues ya tengo para rato 
con esta suerte cochina: 
Hoy se me espiantó la mina, 
¡y si viera con qué gato! 
Sí, hermano, como le digo: 
¡Viese qué gato ranero! 
mishio, roñoso, fulero, 
mal lancero y peor amigo. 
¡Si se me encoge el ombligo 
de pensar el trinquetazo, 
que me han dao! El bacanazo 
no vale ni una escupida, 
y lo que es ella, ¡en la vida 
me soñé este chivatazo! 
Mas, no hay como vivir mucho 
para conocerlas bien: 
no piense que de recién 
se le pegan al más ducho. 
Aunque uno lo crea un pucho, 
al contrario, el buen gavión 
no debe dar ocasión 
al adorno carneril... 
¡Nunca lo crea tan gil 
al que le arruina el buyón! 
Yo los tengo junaos. ¡Viera 
lo que uno sabe de viejo! 
No hay como correr parejo 
para estar bien en carrera. 
Lo engrupen con la manquera, 
con que tal vez ni serán 
del pelotón, y se van 
en fija, de cualquier modo... 
ya no hay caso: ¡se la dan! 
¡Pero tan luego a mi edá 
que me suceda esta cosa! 
Si es p'abrirse la piojosa 
de la bronca que me da. 
Porque es triste, a la verdá 
-el decirlo es necesario- 
que con el lindo prontuario 
que con tanto sacrificio 
he lograo en el servicio 
¡me hayan agarrao de otario! 
Y lo peor es que la cama 
la supieron preparar. 
¡De llegarlo a sospechar 
cómo les dejo el programa! 
Créame: pese a mi fama 
de vivo entré por el cuento... 
Cuando mangié el argumento 
no sé lo que me pasó: 
¡de la bronca que me dio, 
compadre, casi reviento! 
Sí, me la dieron con queso... 
pero no importa, a la larga 
me han de pagar esta amarga 
situación por que atravieso. 
¡Ni qué hablar! lo que es para eso 
-se lo digo sin empacho- 
siempre me tuve por macho 
y ni una duda permito... 
¡Ya verá qué dibujito 
les vi'hacer en el escracho! 
Bueno: ¿que ésta es quejumbrona 
y escrita como sin gana? 
Échele la culpa al rana 
que me espiantó la cartona. 
¡Tigrero de la madona, 
veremos cómo se hamaca, 
si es que el cuerpo no me saca 
cuando me toque la mía! 
¡Hasta luego! 
-¡Todavía 
tengo que afilar la faca! 

Evaristo Carriego

Nació Evaristo Carriego, poeta de Buenos Aires, el día 7 de mayo de 1883, en la ciudad de Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos. 

En la política y en el periodismo entrerrianos, a fines del siglo último figuró con singular relieve un Evaristo Federico Carriego, afamado, sobre todo –y también temido– como polemista. Era el abuelo del poeta. Tuvo un hijo, llamado Evaristo Federico también. Casó este último con doña Angela Giorello, en la misma ciudad de Paraná, y de esa unión nació nuestro poeta, que como el padre y el abuelo, se llamó Evaristo Federico. 

Hasta 1887, Carriego permaneció en su ciudad natal. A los cuatro años de edad, la familia se trasladó a Buenos Aires. Residió dos meses aquí; luego por espacio de dos años, en La Plata, y por último, en 1889, se radicó definitivamente en la capital federal. Tenía entonces el chico seis años y fue enviado a la escuela primaria. Se mostró sumamente aplicado al estudio. Desde el comienzo, dio prueba de una memoria excepcional. Cuentan los suyos, que, a poco de iniciado en la escuela, vino a casa y se puso a leer de corrido las páginas de un texto escolar: las había aprendido de memoria, punto por punto, en una lectura de la maestra. 

La primera escuela a que concurrió, era particular: la de las señoritas Negri, conocidas educadoras argentinas. Cursó en ella los tres primeros grados; del tercero al sexto, estudió en la escuela pública Rodríguez Peña. Concluidos los estudios elementales, inició los secundarios; rindió hasta el tercer año, incluso, en el colegio nacional Sarmiento, entonces denominado colegio nacional Norte. Había mostrado afición por la carrera de las armas, y tentó el ingreso en el Colegio Militar; pero, examinado físicamente resultó corto de vista, por lo que no fue admitido en el instituto. Entonces, dejó todo estudio regular y se dedicó a vagar y a leer a discreción sin guía ni método. 

Por el momento, como puede verse, la vida de Carriego es de una simplicidad exterior absoluta. Su infancia, tuvo hogar, paz, letras y una gran franquicia familiar para tentar la realización de sus aspiraciones. Y así fue toda su vida, plácida exteriormente, sin objeto inmediato y sin motivos de voluntad. Hasta aquella gran capacidad mnemónica y aquella cortedad visual que había revelado de niño, fueron luego sus características más notables. 

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