martes, 27 de septiembre de 2011

Impronta de J. L. Borges en Adrogue


   
Adrogue
Nadie en la noche indescifrable tema
Que yo me pierda entre las negras flores
Del parque, donde tejen su sistema
Propicio a los nostálgicos amores

O al ocio de las tardes, la secreta
Ave que siempre un mismo canto afina,
El agua circular y la glorieta,
La vaga estatua y la dudosa ruina.

Hueca en la hueca sombra, la cochera
Marca ( lo sé) los trémulos confines
De este mundo de polvo y de jazmines,
Grato a Verlaine y grato a Julio Herrera.

Su olor medicinal dan a la sombra
Los eucaliptos: ese olor antiguo
Que, más allá del tiempo y del ambiguo
Lenguaje, el tiempo de las quintas nombra.

Mi paso busca y halla el esperado
Umbral. Su oscuro borde la azotea
Define y en el patio ajedrezado
La canilla periódica gotea.

Duermen del otro lado de las puertas
Aquellos que por obra de los sueños
Son en la sombra visionaria dueños
Del vasto ayer y de las cosas muertas.

Cada objeto conozco de este viejo
Edificio: las láminas de mica
Sobre esa piedra gris que se duplica
Continuamente en el borroso espejo

Y la cabeza de león que muerde
Una argolla y los vidrios de colores
Que revelan al niño los primores
De un mundo rojo y de otro mundo verde.

Más allá del azar y de la muerte
Duran, y cada cual tiene su historia,
Pero todo esto ocurre en esa suerte
De cuarta dimensión, que es la memoria.

En ella y sólo en ella están ahora
Los patios y jardines. El pasado
Los guarda en ese círculo vedado
Que a un tiempo abarca el véspero y la aurora.

¿Cómo pude perder aquel preciso
Orden de humildes y queridas cosas,
Inaccesibles hoy como las rosas
Que dio al primer Adán el Paraíso?

El antiguo estupor de la elegía
Me abruma cuando pienso en esa casa
Y no comprendo cómo el tiempo pasa,
Yo, que soy tiempo y sangre y agonía.

Borges, Jorge Luis

El gran escritor argentino fue un enamorado de esta ciudad, donde pasó muchos veranos de su infancia, y a la que le dedicó un libro de poemas que lleva su nombre. He aquí algunas de las impresiones que nunca olvidó, a pesar de haber recorrido el mundo gracias a su labor literaria:
"Durante los años de mi infancia pasábamos los veranos en Adrogué, a unos quince o veinte
kilómetros al sur de Buenos Aires. Allí teníamos residencia propia: una vasta construcción de una planta, con terrenos, dos cabañas, un molino de viento y un peludo ovejero marrón. Adrogué era entonces un remoto y apacible laberinto de casas de veraneo rodeadas por verjas de hierro, con parques y calles que irradiaban de las muchas plazas. Impregnado por el ubicuo aroma de los eucaliptos". (1983)
"En cualquier parte del mundo en que me encuentre cuando siento el olor de los eucaliptos,
estoy en Adrogué. Adrogué era eso: un largo laberinto tranquilo de calles arboladas, de verjas y de quintas; un laberinto de vastas noches quietas que mis padres gustaban recorrer. Quintas en las que uno adivinaba la vida detrás de las quintas. De algún modo yo siempre estuve aquí, siempre estoy aquí. Los lugares se llevan, los lugares están en uno. Sigo entre los eucaliptos y en el laberinto, el lugar en que uno puede perderse. Supongo que uno también puede perderse en el Paraíso. Estatuas de tan mal gusto y tan cursis que ya resultaban lindas, una falsa ruina, una cancha de tenis. Y luego, en ese mismo hotel "LasDelicias" un gran salon de espejos.
Sin duda me miré en aquellos espejos infinitos. Muchos argumentos,  muchas escenas, muchos poemas que he imaginado, nacieron en Adrogué o se sitúan en ella. Siempre que hablo de jardines, siempre que hablo de árboles, estoy en Adrogué; he pensado en esta ciudad, no es necesario que la nombre". (1981)


Hotel "Las Delicias"
Fue inaugurado el 1 de diciembre de 1872 luego de que Esteban Adrogué diera este nuevo
destino a su hasta entonces vivienda, respondiendo a la necesidad de instalarse de las familias pudientes que se acercaban a este pueblo con el propósito de edificar casas de campo, y al deseo de Don Esteban de convertirlo en una villa veraniega. Así, en 1873, el Hotel "Las Delicias", era un refugio de veraneo preferencial de ilustres personajes de nuestra historia. Visitar el lugar, alojarse en dicho edificio era una distinción muy valorada en la época. Sarmiento, presidente de los argentinos desde 1868 a 1874, fue uno de los que supo gozar de sus comodidades, pudiendo comprobar la razón que tuvo aquel amigo de Esteban Adrogué, el Sr. Ochoa que, eufórico ante ese esplendor, exclamara su famoso "esto es una delicia", dando motivo así para que Don Esteban encontrara el nombre apropiado para ese lugar de descanso.



Vista desde el parque del antiguo Hotel Las Delicias

Calle Esteban Adrogué desde la esquina de Somellera.Al fondo se ve la entrada del Hotel



Estatua frente al hotel las delicias


En la Plazoleta del Pasaje Las Delicias se encuentra la efigie de Diana, una de las dos
estatuas que originalmente enmarcaban el acceso principal a Castelforte y con posterioridad adornaban el Hotel "Las Delicias".


Fuente que adornaba el Hotel Las Delicias

El primer suicidio de Jorge Luis Borges

En el verano de 1935 el escritor Jorge Luis Borges, por entonces un oscuro bibliotecario de36 años, estaba perdidamente enamorado de una señorita, que lo rechazó de un modohiriente, y por ello decidió suicidarse. En una armería de Buenos Aires, lejana a su casapara que no lo reconocieran, compró un revólver, y en un almacén una botella de ginebra Bols. Luego, fue hasta la estación Constitución y sacó boleto para el primer tren hacia Adrogué,pasaje de ida solamente. Se alojó en el hotel La Delicia (fotos) que en esa época era unode los lugares favoritos de los porteños de clase alta para pasar el verano. 
Eligió, con humor negro, la habitación 48 (Il morto qui parla) y pidió no ser molestado. Era febrero, el calor agobiaba y la lluvia caía a baldazos. Sin desvestirse, se acostó en la camaen la zurda la botella de ginebra, que bebió entera, y en la diestra el revólver, que se llevóa la sien y apretó el gatillo.
Los nervios o el alcohol, o ambas cosas, hicieron que la bala sólo rozara su cabello, sinproducirle ni un rasguño. Anochecía. Comenzó a llorar, tuvo miedo de sí mismo, vergüenza por el fracaso y supo que no se mataríaese día. Salió tambaleante a la lluvia, con el revólver aún en la mano, lo tiró en un zanjón y
volvió a su casa porteña, en donde nada dijo. Mucho después contó lo sucedido a su amigoManuel Peyrou. María Esther Vázquez, también amiga de Borges, cuenta la anécdota en sulibro "Borges, esplendor y derrota". Vázquez consigna otro intento de suicidio, tambiénfrustrado, ocurrido en Madrid, en los años ’80.

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