jueves, 20 de enero de 2011

Desinformación


Silenciar interesadamente la verdad de lo que ocurre por medio de diversos procedimientos retóricos. En realidad se recurre a cuatro mecanismos generales:
  1. Creación de dicotomías maniqueas o demonización: convertir al oponente en el diablo nos transforma a nosotros en Dios, y por lo tantos somos tan indiscutibles como él.
  2. Utilización de términos de efecto placebo mentirosos en sí mismos pero que de tan repetidos adquieren el carácter de verdad o creencia; sirven como relleno impidiendo pensar con claridad o vedando desarrollar una opinión diferente o crítica sin hostilidad. Guy Durandin, experto en desinformación, define con claridad el fenómeno: “La existencia de palabras hace creer en la existencia de cosas y la propaganda al escoger palabras que utiliza, y al repetirlas, instala en los espíritus juicios de existencia así como juicios de valor”. En definitiva, se trata de la vieja receta goebbelsiana de que ‘una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad’ -lo que Jean Pierre Faye definió como ‘principio de creación de aceptabilidad’: algo que se multiplica exponencialmente, en eficacia e intensidad, a través de los medios de comunicación globales. La reiteración sobre las’ armas de destrucción masiva’ acabó instalando éstas, como una certeza, en el imaginario de las sociedades receptoras. Meses después, con reticencias, fue aceptándose su inexistencia pero ‘la existencia de palabras’ había hecho creer en ‘la existencia de cosas’. Y esta estrategia se completó instalando ‘juicios de valor’ mediante la denominación de sus acciones, como ya se viene haciendo desde hace dos décadas: la invasión de Panamá en 1989 se denominó ‘Causa Justa’; la de Somalia en 1992, ‘Restaurar la Esperanza’; Haití en 1994, ‘Rescate de la Democracia’, y así sucesivamente hasta la ‘Libertad Duradera’ desencadenada por el 11-S. La existencia lingüística de esos objetivos admirables hace creer en que esos son los objetivos reales y que, por tanto, se trata de operaciones militares admirables. Es lo que podría calificarse, tomando la definición de Alex Grijelmo, como “palabras teloneras del abuso y la agresión”. Otro ejemplo característico es la autodenominación ‘los aliados’ beneficiándose del prestigio que esa referencia tiene desde la II Guerra Mundial frente al totalitarismo y de la impregnación del cine estadounidense.
  3. Simplificación conceptual. No se trata de explorar la realidad con sentido crítico, sino de maniobrar para hacerse con su control. El calificativo ‘cobarde’, por ejemplo, se generaliza para cualquier acción terrorista (aunque no sea el más apropiado para entender que diecinueve hombres hubiesen secuestrado cuatro aviones para estrellarlos contra centros simbólicos del poder) y, fuera del maniqueísmo intrínseco, es un uso característico del lenguaje destinado a eliminar la complejidad del asunto reduciéndolo al campo semántico de la masculinidad favoreciendo por contraste la aparición del “héroe”, que es, qué casualidad, el que habla. La simplificación es constante en grandes palabras como ‘Justicia’ o ‘Libertad’ que se manejan sin voluntad de profundizar en su significado e incluso ignorando muchas veces sus aplicaciones más profundas y amenazadas como la libertad de reunión o de prensa.
  4. Empleo de palabras anestésicas o eufemismos. “Daños colaterales” enmascara la brutalidad y la arbitrariedad de la guerra para quienes la siguen a través de los medios desconociendo sus connotaciones. De forma semejante actúa el término “objetivos”, aunque se trata de una palabra más transparente por formar parte de la realidad cotidiana, caso característico de formulación de tipo abstracto, que propicia un distanciamiento de la violencia y neutralizar el factor humano de la compasión. Con una estrategia diferente pero lineal se usa ‘intereses vitales’generando una sugestión trascendental para difuminar lo que no son sino intereses materiales o económicos
Procedimientos también usados para la desinformación y manipulación de grandes conjuntos de personas o masas son la demonización, el esoterismo, la mentira, la omisión, la sobreinformación, la descontextualización, la analogía, la metáfora y el adjetivo disuasivo.
  1. Demonización o satanización. Tipo de descontextualización que consiste en identificar la opinión contraria con el mal, de forma que la opinión del opinante quede así ennoblecida o glorificada. Hablar del vecino como de un demonio nos convierte a nosotros en ángeles. Las “guerras santas” siempre serán menos injustas que las guerras, a secas. Otro ejemplo: lo único que oímos a diario en las televisiones sobre Internet es lo lleno que está de pederastas, de piratas informáticos, de copiadores de software ilegales, de ladrones de música, de ladrones de cine, de ladrones de noticias, de ladrones de trabajos académicos, de ladrones de imágenes, de ladrones de ideas, de ladrones de copyright, de ladrones de…. Sodoma y Gomorra fueron una guardería infantil al lado de la red de redes. Para nada se menciona el intercambio global de ideas, la creatividad, el altruismo de los creadores de software libre, la generosidad de los internautas para con las injusticias, la solidaridad entre pueblos distantes, la amistad entre gentes separadas por miles de kilómetros… En definitiva, las grandes posibilidades de comunicación que ofrece este medio a unos precios “asequibles” (véanse las comillas) y que parece ser aterrorizan a los poderosos. Si añadimos a esto que Internet no ha resultado ser el negocio que ellos esperaban, pues la cosa empieza a estar muy clara: “Hagamos negocio por las buenas o por las malas. Empecemos regulando Internet”: la información se tiñe con la intención de quien la controla.

    El procedimiento es muy antiguo y han recurrido a él frecuentemente historiadores poco imparciales asociados al o a los que mandan, tengan la ideología que tengan. Véase por ejemplo lo que escribe el cronista real Pero Mexía sobre el levantamiento comunero contra Carlos V:
    Dos años y medio había, y aun no cabales, que el Emperador había venido a estos reinos y gobernádolos por su persona y presencia, y los tenía en mucha tranquilidad, paz e justicia, cuando el demonio, sembrador de cizañas, començó a alterar los pensamientos e voluntades de algunos pueblos y gentes; de tal manera que se levantaron después tempestades y alborotos y sediciones…
    Mexía, que poco después machaca “como digo, todo esto fue obra del demonio” arrebata, demonizando a los comuneros, las causas, más lógicas que infernales, que tenían para alzarse. Se presta especialmente a la demonización el tema del patriotismo en boca de “salvapatrias”, a causa del pathos que impregna determinados temas, y que emana de lo que Poliakov estudió como expresión colectiva de la necesidad paranoica de grandificar o magnificar al padre para divinizar al hijo. “Nuestros demonios familiares” fue expresión corriente durante el franquismo, así como la de “los enemigos seculares de la patria”. El doctor Johnson escribió que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.
  2. El adjetivo disuasivo. Algunas palabras y expresiones no admiten réplica ni razonamiento lógico: son absolutamente contundentes y obligan a someterse a ellas. Su contundencia eclipsa toda posible duda: la constitución o la integración europea es, por ejemplo, irreversible. La misma aplicación tienen los adjetivos incuestionable, inquebrantable, inasequible, insoslayable, indeclinable y consustancial. Su maximalismo sirve para remachar cualquier discurso y crear una atmósfera irrespirable de monología. Además, según Chomsky, muchas de estas palabras suelen atraer otros elementos en cadena formando lexías: adhesión inquebrantable, inasequible al desaliento (incorrecto, ya que inasequible significa inalcanzable, inconseguible), deber insoslayable, turbios manejos, legítimas aspiraciones, absolutamente imprescindible... Lexías redundantes, como en “totalmente lleno” o “absolutamente indiscutible, inaceptable o inadmisible”.
  3. El esoterismo. Tendencia al enigma y al oscurantismo en la expresión, que es sibilina, ambigua y enredada, cercana a las razones que ni atan ni desatan o bernardinas, de forma que cualquier interpretación es plausible y, por lo tanto, errada. Por ejemplo, es habitual entre los políticos hablar de las reglas de juego, pero nadie dice cuáles son; también se habla del marco institucional, pero nadie ha descrito ese marco; tampoco existe quien lleve el empadronamiento de las llamadas familias políticas, etc… Es frecuente el alargamiento de las construcciones verbales en forma de perífrasis verbales paralizantes, y fatigosas construcciones pasivas analíticas, y se usa además la hipérbole, la dilogía o disemia, la eufonía y el énfasis (dar a entender más de lo que se dice), recurriendo a hiperónimos. Las palabras del político, además, abusan del léxico abstracto, toman segundos acentos enfáticos al principio o en los prefijos y se alargan mediante procedimientos inútiles de derivación: ejercitar (y mejor, é-jercitár) por ejercer, complementar por completar, señalizar por señalar, metodología por método, problemática por problema… Son característicos los verbos ‘ampliados’ viciosamente con el sufijo –izar, como judicializar por encausar, criminalizar por incriminar, concretizar por concretar, sectorializar, potencializar, institucionalizar, funcionalizar, instrumentalizar, racionalizar, desdramatizar, ideologizar, sobredesideologizar, objetivizar... Algunos llaman a este frenesí por alargar las palabras sexquipedalismo.El lenguaje político ha llegado a ser bautizado como oficialés, a causa de su ininteligibilidad. La jerga burocrática cancilleresca incluso ha llegado a arrancar exclamaciones desabridas a políticos ante párrafos desalmados como estos:
Rúbrica de la disposición transitoria segunda. Se suprime la referencia a las tarifas de conexión para desarrollar el contenido resultante de la tramitación previa en el Congreso de los Diputados. Por último, también por razones de técnica legislativa, una disposición derogatoria que prevé expresamente la abrogación del Real Decreto Ley del que trajo origen este Decreto Ley.

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