A los predicadores les encanta demostrar en el púlpíto que la obra de Dios no tiene tacha.
La historia -que es europea, probablemente francesa- cuenta que a un jorobado, escuchando al predicador, se le hacía difícil creerle. Un día lo espero a la salida de la iglesia y le dijo:
-¡Usted pretende que Dios lo hace todo bien, pero mire cómo me hizo a mí!
El predicador lo examinó un instante y le contestó:
-Pero amigo mio, ¿de qué se queja? Está muy bien hecho para ser un jorobado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario