domingo, 16 de enero de 2011

Azares


No es lo mismo apostar en un casino en la mesa de blackjack, o en la ruleta, o a los dados, o a levantarse una mina en el bar. No es lo mismo apostar en un casino poco dinero o todo lo que uno posee. El casino casi siempre gana y uno casi siempre pierde. La gran diferencia estriba en darse cuenta, antes de entrar, que los patrones del casino, ya han descubierto anticipadamente  el modo de esquilmar a los incautos. Y religiosamente le dan la bienvenida a los incautos que acuden porque de tiempo en tiempo alguno que otro afortunado demuestra lo que es propio de una conducta irracional. Las conductas racionalmente tramposas son castigadas equitativamente de acuerdo a un código mafioso que trata de desincentivar prácticas tan poco lucrativas para los patrones del establecimiento. En el juego de las religiones sucede más o menos lo mismo. Hay un casino en el cual nadie gana porque hasta el día de hoy se premia a todos los jugadores anticipadamente advirtiendo que se continúa pagando la deuda del casino con las ganacias impagas de generaciones anteriores que ya no están en este mundo. O sea que pagan sin culpa hasta que los acreedores sigan manteniendo la fe en un pagadiós que que se digne enviar a su profeta a cancelar la deuda en tiempo y forma. Mientras tanto los patrones recaudan sin cesar tanto en Medio Oriente como en América y en cualquier otro lugar del mundo a su alcance. El casino sigue viviendo de recaudaciones temporales sin apuros intemporales. Porque Ud. ya lo ve, adonde vayan no pagan tributo. Y sus apostadores son los elegidos por la patronal. Otro casino ha descripto inmejorablemente y de modo lujurioso el paraíso que se dedica a los ganadores de los premios a la dedicación vitalicia a apostar sus fortunas en nombre de a la que mejor te parezca. Allí, entre huríes de generosas sexualidades y otras drogas concuspicentes se realizará el pago de una vida desierta con pocos oasis de diversión. Casi casi como el de vivir en un hotel en las dunas de Las Vegas. 
Otro casino en cambio tiene un gerente romántico nombrado desde hace mucho tiempo por el dueño.  Dueño que jamás se tomó el esfuerzo de definir los premios que allí se ganan. Al parecer los premios no existen. Lo que sí se sabe es que el dueño en algún momento tuvo la necesidad de enviar un representante al desierto crediticio de modo de convencer a los apostadores de que era imposible que un camello pasara por el ojo de una aguja, o de que los premios se reservaban para los pobres que no apostaran lo que no tenían, o que a los idiotas se les daría un ticket de consumo para acceder al patio de comidas del subsuelo, y otros muchos premios consuelo para los que apostaran lo poco que tuvieran en el esfuerzo de construcción de barrios cerrados todo terreno (desde el tipo catacumba hasta el tipo vaticano y hasta el actual tipo country).  Hay además otros casinos en los cuales el premio no es fijo y depende mucho de lo que el apostador valore. Se los denomina Asiáticos. Lo que sí es cierto para estos casinos es que no pagan en especias ni en dinero. Privilegian las mesas de casino sin fichas, las mesa de dados sin dados, las mesas de cartas sin cartas, la ganadería sin vacas, la silvicultura sin árboles, y la agricultura con mucho arroz y con curry, los templos con campanas y mucho om y chiquilines devenidos en la mas estupida elección dirigencial, además de nirvanas y otras huevadas circunstanciales. Como verán hay muchos casinos para todos los gustos. Y el empleo de protector solar no es demasiado importante para el que toma baños de luna.

Homa Barbacana 

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