viernes, 25 de febrero de 2011

Mi homenaje a Pappo

A 6 años de su cambio de estado.



Impronta cortazariana en Banfield
















En una evocación del recorrido de pocas cuadras desde su casa de la infancia a la estación de Banfield, recordaba Cortázar: Cuando yo iba solo, iba saltando. Es sabido que los niños gustan de imponerse ciertos rituales: saltar con un pie, con los dos pies… Mi laberinto era un camino que yo tenía perfectamente trazado, y que consistía principalmente en cruzar de una vereda a otra a lo largo del camino. En ciertas piedras que me gustaban yo daba el salto y caía sobre esa piedra. Si por casualidad no podía hacerlo o me fallaba el salto, tenía la sensación de que algo andaba mal, de que no había cumplido con el ritual. Varios años viví obsesionado por esa ceremonia, porque era una ceremonia.





Deshoras


     Ya no tenía ninguna razón especial para acordarme de todo eso, y aunque me gustaba escribir por temporadas y algunos amigos aprobaban mis versos o mis relatos, me ocurría preguntarme a veces si esos recuerdos de la infancia merecían ser escritos si no nacían de la ingenua tendencia a creer que las cosas habían sido más de veras cuando las ponía en palabras para fijarlas a mi manera, para tenerlas ahí como las corbatas en el armario o el cuerpo de Felisa por la noche, algo que no se podría vivir de nuevo pero que se hacía más presente como si en el mero recuerdo se abriera paso una tercera dimensión, una casi siempre amarga pero tan deseada contigüidad. Nunca supe bien por qué, pero una y otra vez volvía a cosas que otros habían aprendido a olvidar para no arrastrarse en la vida con tanto tiempo sobre los hombros. Estaba seguro de que entre mis amigos había pocos que recordaran a sus compañeros de infancia como yo recordaba a Doro, aunque cuando escribía sobre Doro no era casi nunca él quien me llevaba a escribir sino otra cosa, algo en que Doro era solamente el pretexto para la imagen de su hermana mayor, la imagen de Sara en aquel entonces en que Doro y yo jugábamos en el patio o dibujábamos en la sala de la casa de Doro.

     Tan inseparables habíamos sido en esos tiempos del sexto grado, de los doce o trece años, que no era capaz de sentirme escribiendo separadamente sobre Doro, aceptarme desde fuera de la página y escribiendo sobre Doro. Verlo era verme simultáneamente como Aníbal con Doro, y no hubiera podido recordar nada de Doro si al mismo tiempo no hubiera sentido que Aníbal estaba también ahí en ese momento, que era Aníbal el que había pateado aquella pelota que rompió un vidrio de la casa de Doro una tarde de verano, el susto y las ganas de esconderse o de negar, la aparición de Sara tratándolos de bandidos y mandándolos a jugar al potrero de la esquina. Y con todo eso venía también Bánfield, claro, porque todo había pasado allí, ni Doro ni Aníbal hubieran podido imaginarse en otro pueblo que en Bánfield donde las casas y los potreros eran entonces más grandes que el mundo.

     Un pueblo, Bánfield, con sus calles de tierra y la estación del Ferrocarril Sud, sus baldíos que en verano hervían de langostas multicolores a la hora de la siesta, y que de noche se agazapaba como temeroso en torno a los pocos faroles de las esquinas, con una que otra pitada de los vigilantes a caballo y el halo vertiginoso de los insectos voladores en torno a cada farol. A tan poca distancia las casas de Doro y de Anibal que la calle era para ellos como un corredor más, algo que seguía manteniéndolos unidos de día o de noche, en el potrero jugando al fútbol en plena siesta o bajo la luz del farol de la esquina mirando cómo los sapos y los escuerzos hacían rueda para comerse a los insectos borrachos de dar vueltas en torno a la luz amarilla. Y el verano, siempre, el verano de las vacaciones, la libertad de los juegos, el tiempo solamente de ellos, para ellos, sin horario ni campana para entrar a clase, el olor del verano en el aire caliente de las tardes y las noches, en las caras sudadas después de ganar o perder o pelearse o correr, de reírse y a veces de llorar pero siempre juntos, siempre libres, dueños de su mundo de barriletes y pelotas y esquinas y veredas.

     De Sara le quedaban pocas imágenes, pero cada una se recortaba como un vitral a la hora del sol más alto, con azules y rojos y verdes penetrando el espacio hasta hacerle daño, a veces Aníbal veía sobre todo su pelo rubio cayéndole sobre los hombros como una caricia que él hubiera querido sentir contra su cara, a veces su piel tan blanca porque Sara no salía casi nunca al sol, absorbida por los trabajos de la casa, la madre enferma y Doro que volvía cada tarde con la ropa sucia, lastimadas las rodillas, las zapatillas embarradas. Nunca supo la edad de Sara en ese entonces, solamente que ya era una señorita, una joven madre de su hermano que se volvía más niño cuando ella le hablaba, cuando le pasaba la mano por la cabeza antes de mandarlo a comprar algo o pedirles a los dos que no gritaran tanto en el patio. Aníbal la saludaba tímido, dándole la mano, y Sara se la apretaba amablemente, casi sin mirarlo pero aceptándolo como esa otra mitad de Doro que casi diariamente venía a la casa para leer o jugar. A las cinco los llamaba para darles café con leche y bizcochos, siempre en la mesita del patio o en la sala sombría; Aníbal sólo había visto dos o tres veces a la madre de Doro, dulcemente desde su sillón de ruedas les decía su hola chicos, su tengan cuidado con los autos, aunque había tan pocos autos en Bánfield y ellos sonreían seguros de sus esquives en la calle, de su invulnerabilidad de jugadores de fútbol y corredores. Doro no hablaba nunca de su madre, casi siempre en la cama o escuchando radio en el salón, la casa era el patio y Sara, a veces algún tío de visita que les preguntaba lo que habían estudiado en la escuela y les regalaba cincuenta centavos. Y para Aníbal siempre era verano, de los inviernos no tenía casi recuerdos, su casa se volvía un encierro gris y neblinoso donde sólo los libros contaban, la familia en sus cosas y las cosas fijas en sus huecos, las gallinas que él tenía que cuidar, las enfermedades con largas dietas y té y solamente a veces Doro, porque a Doro no le gustaba quedarse mucho en una casa donde no los dejaban jugar como en la suya.

      Fue a lo largo de una bronquitis de quince días que Aníbal empezó a sentir la ausencia de Sara, cuando Doro venía a visitarlo le preguntaba por ella y Doro le contestaba distraído que estaba bien, lo único que le interesaba era si esa semana iban a poder jugar de nuevo en la calle. Aníbal hubiera querido saber más de Sara pero no se animaba a preguntar mucho, a Doro le hubiera parecido estúpido que se preocupara por alguien que no jugaba como ellos, que estaba tan lejos de todo lo que ellos hacían y pensaban. Cuando pudo volver a la casa de Doro, todavía un poco débil, Sara le dio la mano y le preguntó cómo andaba, no tenía que jugar a la pelota para no cansarse, mejor que dibujaran o leyeran en la sala; su voz era grave, hablaba como siempre le hablaba a Doro, afectuosamente pero lejos, la hermana mayor atenta y casi severa. Antes de dormirse esa noche, Aníbal sintió que algo le subía a los ojos, que la almohada se le volvía Sara, una necesidad de apretarla en los brazos y llorar con la cara pegada a Sara, al pelo de Sara, queriendo que ella estuviera ahí y le trajera los remedios y mirara el termómetro sentada a los pies de la cama. Cuando su madre vino por la mañana para frotarle el pecho con algo que olía a alcohol y a mentol, Aníbal cerró los ojos y fue la mano de Sara alzándole el camisón, acariciándolo livianamente, curándolo.

      Era de nuevo el verano, el patio de la casa de Doro, las vacaciones con novelas y figuritas, con la filatelia y la colección de jugadores de fútbol que pegaban en un álbum. Esa tarde hablaban de pantalones largos, ya no faltaba mucho para ponérselos, quién iba a entrar en la secundaria con pantalones cortos. Sara los llamó para el café con leche y a Aníbal le pareció que había escuchado lo que decían y que en su boca había como un resto de sonrisa, a lo mejor se divertía oyéndolos hablar de esas cosas y se burlaba un poco. Doro le había dicho que ya tenía novio, un señor grande que la visitaba los sábados pero que él no había visto todavía. Aníbal lo imaginaba como alguien que le traía bombones a Sara y hablaba con ella en la sala, igual que el novio de su prima Lola, en pocos días se había curado de la bronquitis y ya podía jugar de nuevo en el potrero con Doro y los otros amigos. Pero de noche era triste y a la vez tan hermoso, solo en su cuarto antes de dormirse se decía que Sara no estaba ahí, que nunca entraría a verlo ni sano ni enfermo, justo a esa hora en que él la sentía tan cerca, la miraba con los ojos cerrados sin que la voz de Doro o los gritos de los otros chicos se mezclaran con esa presencia de Sara sola ahí para él, junto a él, y el llanto volvía como un deseo de entrega, de ser Doro en las manos de Sara, de que el pelo de Sara le rozara la frente y su voz le dijera buenas noches, que Sara le subiera la sábana antes de irse.

     Se animó a preguntarle a Doro como de paso quién lo cuidaba cuando estaba enfermo, porque Doro había tenido una infección intestinal y había pasado cinco días en la cama. Se lo preguntó como si fuera natural que Doro le dijera que su madre lo había atendido, sabiendo que no podía ser y que entonces Sara, los remedios y las otras cosas. Doro le contestó que su hermana le hacía todo, cambió de tema y se puso a hablar de cine. Pero Aníbal quería saber más, si Sara lo había cuidado desde que era chico, y claro que lo había cuidado porque su mamá llevaba ocho años casi inválida y Sara se ocupaba de los dos. Pero entonces, ¿ella te bañaba cuando eras chico? Seguro, ¿por qué me preguntás esas pavadas? Por nada, por saber nomás, debe ser tan raro tener una hermana grande que te baña. No tiene nada de raro, che. ¿Y cuando te enfermabas de chico ella te cuidaba y te hacía todo? Sí, claro. ¿Y a vos no te daba vergüenza que tu hermana te viera y te híciera todo? No, qué vergüenza me iba a dar, yo era chico entonces. ¿Y ahora? Bueno, ahora igual, por qué me va a dar vergüenza cuando estoy enfermo.

      Por qué, claro. A la hora en que cerrando los ojos imaginaba a Sara entrando de noche en su cuarto, acercándose a su cama, era como un deseo de que ella le preguntara cómo estaba, le pusiera la mano en la frente y después bajara las sábanas para verle la lastimadura en la pantorrilla, le cambiara la venda tratándolo de tonto por haberse cortado con un vidrio. La sentía levantándole el camisón y mirándolo desnudo, tocándole el vientre para ver si estaba inflamado, tapándolo de nuevo para que se durmiera. Abrazado a la almohada se sentía de pronto tan solo, y cuando abría los ojos en el cuarto ya vacío de Sara era como una marea de congoja y de delicia porque nadie, nadie podía saber de su amor, ni siquiera Sara, nadie podía comprender esa pena y ese deseo de morir por Sara, de salvarla de un tigre o de un incendio y morir por ella, y que ella se lo agradeciera y lo besara llorando. Y cuando sus manos bajaban y empezaba a acariciarse como Doro, como todos los chicos, Sara no entraba en sus imágenes, era la hija del almacenero o la prima Yolanda, eso no podía suceder con Sara que venía a cuidarlo de noche como lo cuidaba a Doro, con ella no había más que esa delicia de imaginarla inclinándose sobre él y acariciándolo y el amor era eso, aunque Aníbal ya supiera lo que podía ser el amor y se lo imaginara con Yolanda, todo lo que él le haría alguna vez a Yolanda o a la chica del almacenero.

     El día del zanjón fue casi al final del verano, después de jugar en el potrero se habían separado de la barra y por un camino que solamente ellos conocían y que llamaban el camino de Sandokan se perdieron en la maleza espinosa donde una vez habían encontrado un perro ahorcado en un árbol y habían huido de puro susto. Arañándose las manos se abrieron paso hasta lo más tupido, hundiendo la cara en el ramaje colgante de los sauces hasta llegar al borde del zanjón de aguas turbias donde siempre habían esperado pescar mojarritas y nunca habían sacado nada. Les gustaba sentarse al borde y fumar los cigarrillos que Doro hacía con chala de maíz, hablando de las novelas de Salgari y planeando viajes y cosas. Pero ese día no tuvieron suerte, a Aníbal se le enganchó un zapato en una raíz y se fue para adelante, se agarró de Doro y los dos resbalaron en el talud del zanjón y se hundieron hasta la cintura, no había peligro pero fue como si, manotearon desesperados hasta sujetarse de la ramazón de un sauce, se arrastraron trepando y puteando hasta lo alto, el barro se les había metido por todas partes, les chorreaba dentro de las camisas y los pantalones y olía a podrido, a rata muerta.

      Volvieron casi sin hablar y se metieron por el fondo del jardín en la casa de Doro, esperando que no hubiera nadie en el patio y pudieran lavarse a escondidas. Sara colgaba ropa cerca del gallinero y los vio venir, Doro como con miedo y Aníbal detrás, muerto de vergüenza y queriendo de veras morirse, estar a mil leguas de Sara en ese momento en que ella los miraba apretando los labios, en un silencio que los clavaba ridículos y confundidos bajo el sol del patio.

-Era lo único que faltaba -dijo solamente Sara, dirigiéndose a Doro pero tan para Aníbal balbuceando las primeras palabras de una confesión, era culpa suya, se le había enganchado un zapato y entonces, Doro no tuvo la culpa de que, lo que había pasado era que todo estaba tan refaloso.

-Vayan a bañarse ahora mismo -dijo Sara como si no lo hubiera oído-. Sáquense los zapatos antes de entrar y después se lavan la ropa en la pileta del gallinero.

      En el baño se miraron y Doro fue el primero en reírse pero era una risa sin convicción, se desnudaron y abrieron la ducha, bajo el agua podían empezar a reírse de veras, a pelearse por el jabón, a mirarse de arriba abajo y a hacerse cosquillas. Un río de barro corría hasta el desagüe y se diluía poco a poco, el jabón empezaba a dar espuma, se divertían tanto que en el primer momento no se dieron cuenta de que la puerta se había abierto y que Sara estaba ahí mirándolos, acercándose a Doro para sacarle el jabón de la mano y frotárselo en la espalda todavía embarrada. Aníbal no supo qué hacer, parado en la bañadera se puso las manos en la barriga, después se dio vuelta de golpe para que Sara no lo viera y fue todavía peor, de tres cuartos y con el agua corriéndole por la cara, cambiando de lado y otra vez de espaldas, hasta que Sara le alcanzó el jabón con un lavate mejor las orejas, tenés barro por todas partes.

     Esa noche no pudo ver a Sara como las otras noches, aunque apretaba los párpados lo único que veía era a Doro y a él en la bañadera, a Sara acercándose para inspeccionarlos de arriba abajo y después saliendo del baño con la ropa sucia en los brazos, generosamente yendo ella misma a la pileta para lavarles las cosas y gritándoles que se envolvieran en las toallas de baño hasta que todo estuviera seco, dándoles el café con leche sin decir nada, ni enojada ni amable, instalando la tabla de planchar bajo las glicinas y poco a poco secando los pantalones y las camisas. Cómo no había podido decirle algo al final cuando los mandó a vestirse, decirle solamente gracias, Sara, qué buena es, gracias de veras, Sara. No había podido decir ni eso y Doro tampoco, habían ido a vestirse callados y después la filatelia y las figuritas de aviones sin que Sara apareciera de nuevo, siempre cuidando a su madre al anochecer, preparando la cena y a veces tarareando un tango entre el ruido de los platos y las cacerolas, ausente como ahora bajo los párpados que ya no le servían para hacerla venir, para que supiera cuánto la quería, qué ganas de morirse de veras después de haberla visto mirándolos en la ducha.

      Debió ser en las últimas vacaciones antes de entrar en el colegio nacional, sin Doro porque Doro iría a la escuela normal, pero los dos se habían prometido seguir viéndose todos los días aunque fueran a escuelas diferentes, qué importaba si por la tarde seguirían jugando como siempre, sin saber que no, que algún día de febrero o marzo jugarían por última vez en el patio de la casa de Doro porque la familia de Aníbal se mudaba a Buenos Aires y solamente podrían verse los fines de semana, amargos de rabia por un cambio que no querían admitir, por una separación que los grandes les imponían como tantas cosas, sin preocuparse por ellos, sin consultarlos.

      Todo de golpe iba rápido, cambiaba como ellos con los primeros pantalones largos, cuando Doro le dijo que Sara se iba a casar a principios de marzo, se lo dijo como algo sin importancia y Aníbal ni siquiera hizo un comentario, pasaron días antes de que se animara a preguntarle a Doro si Sara iba a seguir viviendo con él después de casada, pero sos idiota vos, cómo se van a quedar aquí, el tipo tiene mucha guita y se la va a llevar a Buenos Aires, tiene otra casa en Tandil y yo me voy a quedar con mi mamá y tía Faustina que la va a cuidar.

      Ese sábado último de las vacaciones vio llegar al novio en su auto, lo vio de azul y gordo, con lentes, bajándose del auto con un paquetito de masas y un ramo de azucenas. En su casa lo llamaban para que empezara a embalar sus cosas, la mudanza era el lunes y todavía no había hecho nada. Hubiera querido ir a la casa de Doro sin saber por qué, estar solamente ahí, pero su madre lo obligó a empaquetar sus libros, el globo terráqueo, las colecciones de bichos. Le habían dicho que tendría una pieza grande para él solo con vista a la calle, le habían dicho que podría ir al colegio a pie. Todo era nuevo, todo iba a empezar de otra manera, todo giraba lentamente, y ahora Sara estaría sentada en la sala con el gordo del traje azul, tomando el té con las masas que él había traído, tan lejos del patio, tan lejos de Doro y él, sin nunca más llamarlos para el café con leche debajo de las glicinas.

     El primer fin de semana en Buenos Aires (era cierto, tenía una pieza grande para él solo, el barrio estaba lleno de negocios, había un cine a dos cuadras), tomó el tren y volvió a Bánfield para ver a Doro. Conoció a la tía Faustina, que no les dio nada cuando terminaron de jugar en el patio, se fueron a caminar por el barrio y Aníbal tardó un rato en preguntarle por Sara. Bueno, se había casado por civil y ya estaban en la casa de Tandil para la luna de miel, Sara iba a venir cada quince días a ver a su madre. ¿Y no la extrañás? Sí, pero qué querés. Claro, ahora está casada. Doro se distraía, empezaba a cambiar de tema y Aníbal no encontraba la manera de que siguiera hablándole de Sara, a lo mejor pidiéndole que le contara el casamiento y Doro riéndose, yo qué sé, habrá sido como siempre, del civil se fueron al hotel y entonces vino la noche de bodas, se acostaron y entonces el tipo. Aníbal escuchaba mirando las verjas y los balcones, no quería que Doro le viera la cara y Doro se daba cuenta, seguro que vos no sabés lo que pasa la noche de bodas. No jodas, claro que sé. Lo sabés pero la primera vez es diferente, a mí me contó Ramírez, a él se lo dijo el hermano que es abogado y se casó el año pasado, le explicó todo. Había un banco vacío en la plaza, Doro había comprado cigarrillos y le seguía contando y fumando, Aníbal asentía, tragaba el humo que empezaba a marearlo, no necesitaba cerrar los ojos para ver contra el fondo del follaje el cuerpo de Sara que nunca había imaginado como un cuerpo, ver la noche de bodas desde las palabras del hermano de Ramírez, desde la voz de Doro que le seguía contando.

     Ese día no se animó a pedirle la dirección de Sara en Buenos Aires, lo dejó para otra visita porque tenía miedo de Doro en ese momento, pero la otra visita no llegó nunca, el colegio empezó y los nuevos amigos, Buenos Aires se tragó poco a poco a Aníbal cargado de libros de matemáticas y tantos cines en el centro y la cancha de River y los primeros paseos de noche con Beto, que era un porteño de veras. También a Doro le estaría pasando lo mismo en La Plata, cada tanto Aníbal pensaba en mandarle unas líneas porque Doro no tenía teléfono, después venía Beto o había que preparar algún trabajo práctico, fueron meses, el primer año, vacaciones en Saladillo, de Sara no iba quedando más que alguna imagen aislada, una ráfaga de Sara cuando algo en María o en Felisa le recordaba por un momento a Sara. Un día del segundo año la vio nítidamente al salir de un sueño y le dolió con un dolor amargo y quemante, al fin y al cabo no había estado tan enamorado de ella, total antes era un chico y Sara nunca le había prestado atención como ahora Felisa o la rubia de la farmacia, nunca había ido a un baile con él como su prima Beba o Felisa para festejar la entrada a cuarto año, nunca lo había dejado acariciarle el pelo como María, ir a bailar a San Isidro y perderse a medianoche entre los árboles de la costa, besar a Felisa en la boca entre protestas y risas, apoyarla contra un tronco y acariciarle el pecho, bajar hasta perder la mano en ese calor huyente y después de otro baile y mucho cine encontrar un refugio en el fondo del jardín de Felisa y resbalar con ella hasta el suelo, sentir en la boca su sabor salado y dejarse buscar por una mano que lo guió, por supuesto no le iba a decir que era la primera vez, que había tenido miedo, ya estaba en primer año de ingeniería y no le podía decir eso a Felisa y después ya no hizo falta porque todo se aprendía tan rápido con Felisa y algunas veces con su prima Beba.

     Nunca más supo de Doro y no le importó, también se había olvidado de Beto que enseñaba historia en algún pueblo de provincia, los juegos se habían ido dando sin sorpresa y como a todo el mundo, Aníbal aceptaba sin aceptar, algo que debía ser la vida aceptaba por él, un diploma, una hepatitis grave, un viaje al Brasil, un proyecto importante en un estudio con dos o tres socios. Estaba despidiéndose de uno de ellos en la puerta antes de ir a tomar una cerveza después del trabajo cuando vio venir a Sara por la vereda de enfrente. Bruscamente recordó que la noche antes había soñado con Sara y que era siempre el patio de la casa de Doro aunque no pasaba nada, aunque Sara solamente estaba ahí colgando ropa o llamándolos para el café con leche, y el sueño se acababa así casi sin haber empezado. Tal vez porque no pasaba nada las imágenes eran de una precisión cortante bajo el sol del verano de Bánfield que en el sueño no era el mismo que el de Buenos Aires; tal vez también por eso o por falta de algo mejor había rememorado a Sara después de tantos años de olvido (pero no había sido olvido, se lo repitió hoscamente a lo largo del día), y verla venir ahora por la calle, verla ahí vestida de blanco, idéntica a entonces con el pelo azotándole los hombros a cada paso en un juego de luces doradas, encadenándose a las imágenes del sueño en una continuidad que no le extrañó, que tenía algo de necesario y previsible, cruzar la calle y enfrentarla, decirle quién era y que ella lo mirara sorprendida, no lo reconociera y de golpe sí, de golpe sonriera y le tendiera la mano, se la apretara de veras y siguiera sonriéndole.

-Qué increíble -dijo Sara-. Cómo te iba a reconocer después de tantos años.
-Usted sí, claro -dijo Aníbal-. Pero ya ve, yo la reconocí enseguida.
-Lógico -dijo lógicamente Sara-. Si ni siquiera te habías puesto pantalones largos. Yo tambíén habré cambiado tanto, lo que pasa es que sos mejor fisonomista.
Dudó un segundo antes de comprender que era idiota seguir tratándola de usted.
-No, no has cambiado, ni siquiera el peinado. Sos la misma.
-Fisonomista pero un poco miope -dijo ella con la antigua vaz donde la bondad y 1a burla se enredaban.

     El sol les daba en la cara, no se podía hablar entre el tráfico y la gente. Sara dijo que no tenía apuro y que le gustaría tomar algo en un café. Fumaron el primer cigarrillo, el de las preguntas generales y los rodeos, Doro era maestro en Adrogué, la mamá se había muerto como un pajarito mientras leía el diario, él estaba asociado con otros muchachos ingenieros, les iba bien aunque la crisis, claro. En el segundo cigarrillo Aníbal dejó caer la pregunta que le quemaba los labios.

-¿Y tu marido?
Sara dejó salir el humo por la nariz, lo miró despacio en los ojos.
-Bebe -dijo.

     No había ni amargura ni lástima, era una simple información y después otra vez Sara en Bánfield antes de todo eso, antes de la distancia y el olvido y el sueño de la noche anterior, exactamente como en el patio de la casa de Doro y aceptándole el segundo whisky, como siempre casi sin hablar, dejándolo a él que siguiera, que le contara porque él tenía mucho más para contarle, los años habían estado tan llenos de cosas para él, ella era como si no hubiese vivido mucho y no valía la pena decir por qué. Tal vez porque acababa de decirlo con una sola palabra.

     Imposible saber en qué momento todo dejó de ser difícil, juego de preguntas y respuestas, Aníbal había tendido la mano sobre el mantel y la mano de Sara no rehuyó su peso, la dejó estar mientras él agachaba la cabeza porque no podía mirarla en la cara, mientras le hablaba a borbotones del patio, de Doro, le contaba las noches en su cuarto, el termómetro, el llanto contra la almohada. Se lo decía con una voz lisa y monótona, amontonando momentos y episodios pero todo era lo mismo, me enamoré tanto de vos, me enamoré tanto y no te lo podía decir, vos venías de noche y me cuidabas, vos eras la mamá joven que yo no tenía, vos me tomabas la temperatura y me acariciabas para que me durmiera, vos nos dabas el café con leche en el patio, te acordás, vos nos retabas cuando hacíamos pavadas, yo hubiera querido que me hablaras solamente a mí de tantas cosas pero vos me mirabas desde tan arriba, me sonreías desde tan lejos, había un inmenso vidrio entre los dos y vos no podías hacer nada para romperlo, por eso de noche yo te llamaba y vos venías a cuidarme, a estar conmigo, a quererme como yo te quería, acariciándome la cabeza, haciéndome lo que le hacías a Doro, todo lo que siempre le habías hecho a Doro, pero yo no era Doro y solamente una vez, Sara, solamente una vez y fue horrible y no me olvidaré nunca porque hubiera querido morirme y no pude o no supe, claro que no quería morirme pero eso era el amor, querer morirme porque vos me habías mirado todo entero como a un chico, habías entrado en el baño y me habías mirado a mí que te quería, y me habías mirado como siempre lo habías mirado a Doro, vos ya de novia, vos que ibas a casarte y yo ahí mientras me dabas el jabón y me mandabas que me lavara hasta las orejas, me mirabas desnudo como a un chico que era y no te importaba nada de mí, ni siquiera me veías porque solamente veías a un chico y te ibas como si nunca me hubieras visto, como si yo no estuviera ahí sin saber cómo ponerme mientras me estabas mirando.
-Me acuerdo muy bien -dijo Sara-. Me acuerdo tan bien como vos, Aníbal.

-Sí, pero no es lo mismo.
-Quién sabe si no es lo mismo. Vos no podías darte cuenta entonces, pero yo había sentido que me querías de esa manera y que te hacía sufrir, y por eso yo tenía que tratarte igual que a Doro. Eras un chico pero a veces me daba tanta pena que fueras un chico, me parecía injusto, algo así. Si hubieras tenido cinco años más... Te lo voy a decir porque ahora puedo y porque es justo, aquella tarde entré a propósito en el baño, no tenía ninguna necesidad de ir a ver si se estaban lavando, entré porque era una manera de acabar con eso, de curarte de tu sueño, de que te dieras cuenta que vos no podrías verme nunca así mientras que yo tenía el derecho de mirarte por todos lados como se mira a un chico. Por eso, Aníbal, para que te curaras de una vez y dejaras de mirarme como me mirabas pensando que yo no lo sabía. Y ahora sí otro whisky, ahora que los dos somos grandes.

     Del anochecer a la noche cerrada, por caminos de palabras que iban y venían, de manos que se encontraban un instante sobre el mantel antes de una risa y otros cigarrillos, quedaría un viaje en taxi, algún lugar que ella o él conocían, una habitación, todo como fundido en una sola imagen instantánea resolviéndose en una blancura de sábanas y la casi inmediata, furiosa convulsión de los cuerpos en un interminable encuentro, en las pausas rotas y rehechas y violadas y cada vez menos creíbles, en cada nueva implosión que los segaba y los sumía y los quemaba hasta el sopor, hasta la última brasa de los cigarrillos del alba. Cuando apagué la lámpara del escritorio y miré el fondo del vaso vacío, todo era todavía pura negación de las nueve de la noche, de la fatiga a la vuelta de otro día de trabajo. ¿Para qué seguir escribiendo si las palabras llevaban ya una hora resbalando sobre esa negación, tendiéndose en el papel como lo que eran, meros dibujos privados de todo sostén? Hasta algún momento habían corrido cabalgando la realidad, llenándose de sol y verano, palabras patio de Bánfield, palabras Doro y juegos y zanjón, colmena rumorosa de una memoria fiel. Sólo que al llegar a un tiempo que ya no era Sara ni Bánfield el recuento se había vuelto cotidiano, presente utilitario sin recuerdos ni sueños, la pura vida sin más y sin menos. Había querido seguir y que también las palabras aceptaran seguir adelante hasta llegar al hoy nuestro de cada día, a cualquiera de las lentas jornadas en el estudio de ingeniería, pero entonces me había acordado del sueño de la noche anterior, de ese sueño de nuevo con Sara, de la vuelta de Sara desde tan lejos y atrás, y no había podido quedarme en este presente en el que una vez más saldría por la tarde del estudio y me iría a beber una cerveza al café de la esquina, las palabras habían vuelto a llenarse de vida y aunque mentían, aunque nada era cierto, había seguido escribiéndolas porque nombraban a Sara, a Sara viniendo por la calle, tan hermoso seguir adelante aunque fuera absurdo, escribir que había cruzado la calle con las palabras que me llevarían a encontrar a Sara y dejarme conocer, la única manera de reunirme por fin con ella y decirle la verdad, llegar hasta su mano y besarla, escuchar su voz y verle el pelo azotándole los hombros, irme con ella hacia una noche que las palabras irían llenando de sábanas y caricias, pero cómo seguir ya, cómo empezar desde esa noche una vida con Sara cuando ahí al lado se oía la voz de Felisa que entraba con los chicos y venía a decirme que la cena estaba pronta, que fuéramos enseguida a comer porque ya era tarde y los chicos querían ver al pato Donald en la televisión de las diez y veinte. 

jueves, 24 de febrero de 2011

Del debute chamuyar canero - Rantifusa



Esta palabrita RANTIFUSA tiene su historia, su arbol genealógico diríamos, como los seres humanos, solo que los hombres hacen alarde de su árbol genealógico para darse corte y demostrar que uno no es lo que es sino que es algo más de lo que es, gracias a un
antecesor, que todos tenemos o inventamos, que perteneció a la realeza o de no ser posible, que tuvo sus buena posición económica, perdida en los avatares de la vida.
 
Porque, ustedes piensen, ¿ qué sería de un hombre sin arbol genealógico? Sería como haber nacido verdaderamente de un zapallo, ¿y quién se resigna a haber nacido de un zapallo? Yo al menos, no, ¿y usted?
 
Pero a esta altura advierto que estoy divagando y por lo tanto vuelvo a la geneología de RANTIFUSA o RANTIFUSO. Pero la dejo para el próximo bloque.
Vamos a darle descanso a la sesera para que vaya asimilando de a poco esta transformación y no le salten los tapones en el camino.
 
Pero para ello comenzaremos leyendo un poema clásico dentro de la literatura lunfarda, producto del talento de Celedonio Flores, titulado "Musa rea" en el que confiesa tener "un alma rantifusa bajo su pinta de bacán", que muestra como blasón, sin verguenzas y con orgullo.
 
No tengo el berretin de ser un bardo
chamuyador letrao ni de espamento;
yo escribo, humildemente lo que siento
y pa escribir mejor lo hago en lunfardo.
 
Yo no le canto al perfumado nardo
ni al costelao azul del firmamento
yo busco en el suburbio el sentimiento.
¡Pa cantarle a una flor, le canto al cardo!
 
Y porque embroco la emoción que emana
del suburbio tristón, de la bacana,
del tango candombero y cadencioso.
 
Surge a torrentes mi mistonga musa:
es que yo tengo un alma RANTIFUSA
bajo esta pinta de bacán lustroso.

BLOQUE 2
 
Esta palabra RANTIFUSA viene a ser casi un nieto de ATORRANTE, que resultaría ser el Adán y Eva de la cosa.
 
De "Atorrante" deviene "rante", que sería "aféresis" de "Atorrante" ¿Y qué es un aféresis?. Un aféresis es la supresión de un vocablo, o sea a "Atorrante" le piantamos el "Ato" inicial y nos queda el RANTE que viene a ser lo mismo que ATORRANTE pero simplificado.
 
Para seguir con otros ejemplos de aféresis en el lunfardo recordamos en estos momentos, "tungo" aféresis de "matungo" y uno de los más conocidos y que nosotros transladamos a toda la grey itálica, "tano" que es un aféresis de "napolitano".
 
Un caso de aférisis si se quiere elegante o discreto, es aquel que supimos utilizar en tiempos en que nos cuidábamos de decir obsenidades delante de los mayores "Tá que lo tiró" Al "ta" le habíamos quitado la "pu"y al parió lo suprimimos por el "tiró" y nos quedaba una forma educada de insultar.
 
En este caso la madre salía ilesa, cosa muy importante, porque en último caso, o en primer caso, la madre es la madre, o sea traducido al más puro lenguaje lunfardo "la vieja es la vieja" y no me la toques, así yo la maltrate y le falte al respeto.
 
Un buen tanguero tiene que empezar por respetar a la "santa madrecita" en primer lugar, y en segundo lugar a la hermana, porque ¿a vos te gusta que te toquen a tu hermana? ¡¡¡NO!!! 

BLOQUE 3
 
El poema de Celedonio nos permitió dar un ejemplo de RANTIFUSA, femenino, y en este soneto titulado "Malevo" de Carlos Alberti aparece el masculino, RANTIFUSO, en este caso se refiere a un jetra RANTIFUSO, traje atorrante
 
Apenas por la luz iluminado
de un farol que se quiebra de cachuso,
un malevo en la esquina está parado
enfundado en su jetra RANTIFUSO.
 
Pinta brava de guapo retobado
que con la faca su valor impuso,
la chamuya de vesre y es malvado
con la nami que guita no le puso.
 
La luna que lo mira, silenciosa,
lo enmarca en la calleja tenebrosa
en un aro de pálido cristal.
 
Y al mirarlo, en la esquina dibujado,
el malevo parece recortado
por el filo invisible de un puñal.

BLOQUE 4
 
Habíamos llegado a detectar que "rante" es hijo de "atorrante".
Ahora la cosa se complica con una palabrita "paragoge" que viene a ser "la adición de algún sonido al final de un vocablo", en este caso el "rante" se transforma en RANTIFUSO o RANTIFUSA según sea masculino o femenino, de ahí que sostengamos que RANTIFUSO es el nieto directo de "Atorrante" sin necesidad de análisis de sangre.
 
Por supuesto que el inventor de estas metamorfosis no sabía ni un cuerno del significado de "aféresis" ni de "paragoge" pero sí lo es para los intelectuales, incapaces de inventar vocablos, pero si capaces gramaticalmente de hacer dificil lo que es sencillo.
 
Estas son las maquinaciones que utilizaba nuestro profesor de castellano para ponernos un huevo.
 
BLOQUE 5
 
Julián Centeya confiesa ser un ATORRANTE en mas de uno de sus poemas, desde aquel "Mi viejo" que supimos leer en una audición anterior donde se confiesa. "minga como yo: un ATORRANTE que la va se sover y se hace el raro" hasta "La musa mistonga" en el que utiliza dos de las acepciones que hoy nos preocupan. RANTE y ATORRANTE", hijo y padre, como vimos.
 
Yo canto en lunfa mi tristeza de hombre
y ando en la vida con mi musa RANTE.
Ella es así, maleva, yo ATORRANTE,
camina a mi costao y tiene un nombre.
 
Nació conmigo alá en Boedo y Chiclana
y se hizo mansa en juego de palmera.
Nunca una bronca, siempre cadenera,
vivo con ella muy de la banana.
 
Me fue como me fue y a ella lo mismo,
una vez al altiyo, otra al abismo,
conforme con lo que es, nunca rezonga.
 
Fratela con mi suerte la cinchamos.
¡Pasaos de media raya la llevamos!
Sos mi nami mejor. Musa Mistonga.
 
 
RANTE el tango, RANTES los autores, RANTE la cancionista: "Apología tanguera" y por extensión, RANTE el que le leerá parte de los versos del RANTE Enrique Cadícamo:
 
Tango RANTE que tenés
el alma de un cachetazo
que vas llevando un hachazo
en la frente y lo escondés.
 
De la cabeza a los pies,
vestido de luto entero
sos un símbolo canero
que va taconeando fuerte,
sos la diosa y sos la muerte
vestida de milonguero.
 
Sos entre el camandulaje
un cacho de mala suerte,
sos el barbijo de muerte
que rubrica el sabalaje.
Sos el alma del chusmaje
metido en un bandoneón.
Sos la furca y la traición
el piropo y el chamuyo
y sos como flor de yuyo
que perfuma el corazón.
 
 
Sos el lamento tristón
que amarrocando sentidos,
te metés por los oidos
y escarbás el corazón.
Sos el requiem compadrón
el que gimió allá en Paris
con tu canyengue ¿me oís?
Fuistes el fiero remache
que hizo temblar al apache
y llorar a las Mimís...
 
Tango lindo que se estira
en la bandola ATORRANTE
y que sale agonizante
mientras se baila y se aspira.
Tango, sos como una tira
de prepotencia y de mal,
sos lágrima y delantal,
sos velorio y cocaina,
y sos tristeza de mina
que se clava en un puñal.

BLOQUE 6
 
Y ya estamos ante el nieto recién nacido y desnudito. Ya estamos ante RANTIFUSA. Ahora queremos saber exactamente o por lo menos aproximadamente que significa RANTIFUSA y RANTIFUSO
RANTIFUSA es una mina ranta, atorranta, "ociosa y despatarrada", dice Chiapara y continua con su definición: "tanto molesta como alegra por lo contradictoria; está para cualquier cosa, incomunicada o alejada del sentir que corresponde", medio en joda, medio en serio, Chiapara la define así como les cuento.
 
En cambio Gobello, más modocito él, a la pobre "rantifusa" ni la nombra en su "Nuevo diccionario lunfardo y para definir RANTIFUSO, nos deriva y nos manda consultar la palabra "Atorrar" y nos deja con las ganas porque allí se despacha con una serie de elucubraciones sobre "atorrar" antes de llegar a RANTIFUSO que define como: de baja condición- por cruce con "esquifuso" que resultaría ser un "asqueroso, repugnante"
Y todo eso para demostra una vez mas el origen italiano meridional de la palabra.
 
Carlos de la Pua dice que RANTIFUSO, RANTIFUSA es una forma despectiva de ATORRANTE o de RANTE y ¡San Seacabó!
 
Y para ejemplo, nos atrevemos con una cuarteta del poema "Endecha cafisiosa" de Julio Silva.
 
!Quién te viera tan fulera, RANTIFUSA y desgreñada,
con pavuras de aprendiza para anclar en mi bulín,
espiantada de quien sabe que covacha de la Olada,
al principio de una biaba o al final de un berretín.
 
Nada más RANTIFUSO que un conventillo, allí el proletariado convivía a principios de siglo en una melange de idiomas, religiones y nacionalidades que iban forjando un país, un idioma, una música
 
Y aunque se naciera en él o se llegara por decadencia financiera, el conventillo era un blason RANTE al que no se renunciaba, tal como lo hace Felipe Fernandez, "Yacaré" en su soneto "Batiendo el justo y del que solo leeremos los dos últimos tercetos.
 
Mi cuna, mi laburo y mi apellido
baten el justo de un pasao florido
que ni Anchorena con su vento emparda...
 
Pero arruinao la tallo de potrillo,
cantando al RANTIFUSO conventillo...
!Hay que salvar compadre la busarda!

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Pero no todos eran como los vecinos de La Boca, que aunque hayan pelechado, siguen fieles a su barrio RANTE, algunos, sobre todo "algunas", soñaron con ser bacanas y "pasar con los otarios una vida a la dernier", por lo menos es lo que dice Carlos de la Púa de "La engrupida"
 
Bate cana el requinteo de esa piba RANTIFUSA
que al amuro de la tarde vuelve estufa del taller,
que su sueño es ser bacana, ser diquera papirusa
y pasar con los otarios una davi a la dernier.
 
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Y ahora, ya que nos queda tiempo, cumpliremos con Luis de Saavedra que nos pidió el significado de "Stagiario"
 
Primero diremos que no se suele encontrar en los diccionarios lunfardos pues practicamente es una palabra que se utilizaba en medicina y es con la que se designaba al alumno que cursaba las últimas meterias y ya era practicante.
 
No son muchas las palabras lunfardas utilizadas en medicina, una de ellas es CODIME o CODEMI que es médico al vesre. PELETERO palabra con que denomina al médico de piel, MATASANO término con el que se solía denominar al médico, o la otra forma resvica que es TORDO por doctor. Y por supuesto debe haber otras que en estos momentos no recuerdo pero que algún oyente me puede ayudar
 
El autor uruguayo Martín Lasala Alvarez escribió un tango al que tituló "El estagiario" y que grabara Carlos Di Sarli en una versión instrumental del 18 de abril de 1941 y que supo tener una letra un tanto clandestina que decía:

Celia Molina se envenenó
con una "prise" que él le brindó
pero a Isolina no le hizo nada
de cocaina ya está pasada.
 
BLOQUE 9
 
¿Pa vos es una blasfemia
que yo afile versos RANTES?
Seguí vos con tu academia
yo me junto con Cervantes.  

miércoles, 23 de febrero de 2011

El hombre corcho



El hombre corcho, el hombre que nunca se hunde, sean cuales sean los
acontecimientos turbios en que está mezclado, es el tipo más interesante de la fauna de los pilletes.
Y quizá también el más inteligente y el más peligroso. Porque yo no conozco sujeto más peligroso que ese individuo, que, cuando viene a hablaros de su asunto, os dice:
-Yo salí absuelto de culpa y cargo de ese proceso con la constancia de que ni mi buen nombre ni mi honor quedaban afectados.
Bueno, cuando malandra de esta o de cualquier otra categoría os diga que "su buen nombre y honor no quedan afectados por el proceso", pónganse las manos en los bolsillos y abran bien los ojos, porque si no les ha de pesar más tarde.
Ya en la escuela fue uno de esos alumnos solapados, de sonrisa falsa y aplicación excelente, que cuando se trataba de tirar una piedra se la alcanzaba al compañero.
Siempre fue así, bellaco y tramposo, y simulador como él solo.
Este es el mal individuo, que si frecuentaba nuestras casas convencía a nuestras madres de que él era un santo, y nuestras madres, inexpertas y buenas, nos enloquecían luego con la cantinela:
-Tomá ejemplo de Fulano. Mirá qué buen muchacho es.
Y el buen muchacho era el que le ponía alfileres en el asiento al maestro, pero sin que nadie lo viera; el buen muchacho era el que convencía al maestro de que él era un ejemplo vivo de aplicación, y en los castigos colectivos, en las aventuras en las cuales toda la clase cargaba con el muerto, él se libraba en obsequio a su conducta ejemplar; y este pillete en semilla, este malandrín en flor, por "a", por "b" o por "c", más profundamente inmoral que todos los brutos de la clase juntos, era el único que convencía al bedel o al director de su inocencia y de su bondad.
Corcho desde el aula, continuará siempre flotando; y en los exámenes, aunque sabía menos que los otros, salía bien; en las clases igual, y siempre, siempre sin hundirse, como si su naturaleza física participara de la fofa condición del corcho.
Ya hombre, toda su malicia natural se redondeó, perfeccionándose hasta lo increíble.
En el bien o en el mal, nunca fue bueno; bueno en lo que la palabra significaría platónicamente. La bondad de este hombre siempre queda sintetizada en estas palabras:
"El proceso no afectó ni mi buen nombre ni mi honor".
Allí está su bondad, su honor y su honradez. El proceso no "los afectó". Casi, casi podríamos decir que si es bueno, su bondad es de carácter jurídico. Eso mismo. Un excelente individuo, jurídicamente hablando. ¿Y qué más se le puede pedir a un sinvergüenza de esta calaña?
Lo que ocurrió es que flotó, flotó como el maldito corcho. Allí donde otro pobre
diablo se habría hundido para siempre en la cárcel, en el deshonor y la ignominia, el ciudadano Corcho encontró la triquiñuela de la ley, la escapatoria del código, la falta de un procedimiento que anulaba todo lo actuado, la prescripción por negligencia de los curiales, de las aves negras, de los oficiales de justicia y de toda la corte de cuervos lustrosos y temibles.
El caso es que se salvó. Se salvó "sin que el proceso afectara su buen nombre ni su honor".
Ahora sería interesante establecer si un proceso puede afectar lo que un hombre no tiene.
Donde más ostensibles son las virtudes del ciudadano Corcho es en las "litis"
comerciales, en las trapisondas de las reuniones de acreedores, en los conatos de quiebras, en los concordatos, verificaciones de créditos, tomas de razón, y todos esos chanchullos donde los damnificados creen perder la razón, y si no la pierden, pierden la plata, que para ellos es casi lo mismo o peor.
En estos líos, espantosos de turbios y de incomprensibles, es donde el ciudadano Corcho flota en las aguas de la tempestad con la serenidad de un tiburón. ¿Que los acréedores se confabulaban para asesinarlo? Pedirá garantías al ministro y al juez. ¿Que los acreedores quieren cobrarle? Levantará más falsos testimonios que Tartufo y su progenitor ¿Que los falsos acreedores quieren chuparle la sangre? Pues, a pararse, que si allí hay un sujeto con derecho a sanguijuela, es él y nadie más. ¿Que el síndico no se quiere "acomodar"? Pues, a crearle al síndico complicaciones que lo sindicarán como mal síndico.
Y tanto va y viene, y da vueltas, y trama combinaciones, que al fin de cuentas el hombre Corcho los ha embarullado a todos, y no hay Cristo que se entienda. Y el ganancioso, el único ganancioso, es él. Todos los demás ¡van muertos!
Fenómeno singular, caerá, como el gato, siempre de pie. Si es en un asunto criminal, se libra con la condicional; si en un asunto civil, no paga ni el sellado; si en un asunto particular, entonces, ¡qué Dios os libre!
Tremendo, astuto y cauteloso, el hombre Corcho no da paso ni puntada en falso.
Y todo le sale bien. Así como en la escuela pasaba los exámenes aunque no supiera la lección, y en el examen siempre acertó por una bolilla favorable, este sujeto, en la clase de la vida, la acierta igualmente. Si se dedicó al comercio, y el negocio le va mal, siempre encuentra un zonzo a quien endosárselo. Si se produce una quiebra, él es el que, a pesar de la ferocidad de los acreedores, los arregla con un quince por ciento a pagar en la eternidad, cuando pueda o cuando quiera. Y siempre así, falso, amable y terrible, prospera en los bajíos donde se hubiera ido a pique, o encallado, más de una preclara inteligencia.
¿Talento o instinto? ¡Quién lo va a saber!

Roberto Arlt

"Aguafuertes porteñas"

Hijo de un inmigrante prusiano y una italiana, Roberto Godofredo Christophersen Arlt nació en Buenos Aires, en el barrio de Flores, el 2 de abril de 1900.
   Publicó El juguete rabioso, su primer novela, en 1926. Por entonces comenzaba también a escribir para los diarios Crítica y El mundo. Sus columnas diarias Aguafuertes porteñas, aparecieron de 1928 a 1935 y fueron después recopiladas en el libro del mismo nombre. Se divertía contando de sus amistades con rufianes, falsificadores y pistoleros, de las que saldrían muchos de sus personajes. Las Aguafuertes se convirtieron con el tiempo en uno de los clásicos de la literatura argentina.
   Al mismo tiempo de su actividad como escritor, Arlt buscó constantemente hacerse rico como inventor, con singular fracaso. Formó una sociedad, ARNA (por Arlt y Naccaratti) y con el poco dinero que el actor Pascual Naccaratti pudo aportar instaló un pequeño laboratorio químico en Lanús. Llegó incluso a patentar unas medias reforzadas con caucho, que no fueron comercializadas, y al decir de un amigo, "parecen botas de bombero".
En 1935, viajó a España y África enviado por El Mundo, de donde salen sus Aguafuertes Españolas. Pero salvo este viaje y alguna escapada a Chile y Brasil, permaneció en la ciudad de Buenos Aires, tanto en la vida real como en sus novelas, Los siete locos y su continuación, Los lanzallamas.
Murió de un ataque cardíaco en Buenos Aires, el 26 de julio de 1942.

martes, 22 de febrero de 2011

Uña Ramos


Mariano Uña Ramos nació en Argentina, cerca de la frontera con Bolivia, en la Quebrada de Humahuaca. Allí donde la quena, la antara, todas las flautas de los Andes cobran vida. Mientras las oímos, rápidamente descubrimos que las estuvimos escuchando por miles de años bajo todos los cielos. UÑA RAMOS es universal. A través de él se expresa el verdadero espíritu de la flauta. La relación de UÑA con la flauta es una muy remota evocación del folklore del Altiplano indio. La quena fue el primer regalo que le pidió a su padre a la edad de cuatro años. Desde entonces, cada flauta que toca está hecha por sus manos, íntegramente afinada para interpretar sonidos suaves como la seda, para que los oídos puedan imaginar melodías celestiales y en un perfecto balance de proporciones musicales. Luego, la música, la complicidad entre UÑA y su instrumento es perfecta; la flauta en sus manos tiene la armonía de las obras clásicas. UÑA es sin duda, antes que nada, un gran clásico. Fue un niño prodigio enseñando música en el conservatorio en Argentina a los once años, demostrando un don excepcional para la interpretación. Profesionales alrededor de él, sintieron que en este joven había algo diferente, que tenía algo para decir y para enseñar a los demás, el poder de cambiar el mundo, a través de una música con la que cada hombre de cualquier cultura podría identificarse. Una obra compuesta por UÑA, así como cualquier obra clásica, desafía al tiempo y al espacio. Desde Francia, donde ha estado viviendo desde hace más de veinte años, UÑA le brindó al mundo entero sus ritmos y sus notas. En todas partes del mundo se lo considera un genio de la flauta. En Japón siempre es recibido de pie, con una gran ovación. En los Estados Unidos, en Alemania, en Francia, en Italia, a lo largo de toda Europa; compositores de todos estos países, cautivados, se ofrecieron a acompañarlo en la interpretación de sus obras. Sentimientos de amistad, amor, nombres de hombres y mujeres, visiones de nuestro alrededor, están plasmadas en sus obras: "Una Flauta en la Noche", "Eve", "Puente de Madera", que le valió el gran premio de la academia Charles Cros; "Don Pablo", dedicado a Neruda; "La Princesa del Mar", donde surge la muerte en un canto a capella. Esta música carnal y muy bien construida, es rica en espiritualidad, brillo y movimiento. En la magia de su quena, está preservado el genio de UÑA RAMOS, único, original, en el presente, en el pasado y en el futuro.

Recordando a Magazine For Fai de Mex Urtizberea


Magazine For Fai (1995-1996) .Este programa apareció por primera vez en el canal infantil Cablín en el año 1995, mostrando un universo dominado por una corporación a manos del despiadado Orwell For Fai. La característica principal de este programa eran las interpretaciones de los actores, niños de entre 6 a 15 años de edad, salidos de un grupo de teatro descubierto por el creador (Mex Urtizberea, el único adulto en el elenco), y la no existencia de libretos, librando a la imaginación de los actores el guión, bajo la moderación de Mario Podestá (el conductor y moderador del programa, interpretado por Mex). Los niños representaban papeles de adultos, logrando un producto atractivo tanto para chicos como para grandes.

El programa estaba ambientado con una estética de los años '50. Las secciones más recordadas son "Mesa con Gente" (sección de debate), "El Gran Bellini" (mentalista que nunca acertaba el objeto que sostenía Mario Podestá en sus manos, a pesar de las constantes pistas del conductor, causando la frustración de éste), "Consejo Sentimental" (Sección de consultas amorosas -o no), "Tómbola For Fai" (un sorteo que siempre se frustraba), "Pregúntele al Fenómeno" (un talk show), "Permútele" (Sección de canjes), "Efemérides" De esta forma, Magazine For Fai se volvió un programa de culto entre las personas grandes quienes veían por primera vez un canal infantil, pero el programa duró 2 años en la pantalla de Cablín desapareciendo a fines de 1996.

For Fai Deportivo (1998-1999). Luego de esto, Magazine For Fai se tomó unas vacaciones forzosas que duraron 1 año entero haste que, en 1998, el programa volvió a aparecer pero esta vez lo hizo por la pantalla de TyC Sports con el nombre de For Fai Deportivo; si bien se relacionó más con el deporte, no perdió su esencia. Este fue el último año del programa (su última temporada), terminando a fines de 1999, volviéndose un icono de la talla de "De La Cabeza", "ChaChaCha" o "Todo por dos pesos". Algunas secciones recordadas son el hilarante "Golazo Informativo", de la época de TyC Sports, con el análisis de Elbio Marco Capuccino, un ex jugador de fútbol devenido comentarista, entre otros.


For Fai Presidente (1999). En 1999, el programa paso al canal America TV, siendo este un año de elecciones, gracias a la genialidad de Mex Urtizberea y de una jauría de chicos, el programa mostró el mundo de la política bajo el lema For Fai Presidente demostrando que, desde un principio, era un programa anarquista y político. Pero este programa contaba con las participaciones de sus enemigos: los políticos, quienes demostraban tras duros debates que la mejor opción era votar a Orwell For Fai.


Fuentes: Youtube y
Wikipedia


 

Recomiendo escuchar a Myriam Hernandez


Hija de una familia de padres muy jóvenes, de un hogar de clase media en Ñuñoa Villa Frei, (Chile), Myriam fue la primera de tres hermanos y conoció la condición especial de ser hija única durante cuatro años, antes de que nacieran su hermana Pamela y su hermano Jaime.
Siempre supo que quería cantar desde que tenía cuatro años, se miraba al espejo, tomaba el cepillo de pelo como micrófono y cantaba para sus amigos; y ese deseo se pudo proyectar por primera vez a los 10 años. Participó en un festival estudiantil donde era la más chica, y ganó.
De intervención en intervención, de canto en canto, y de programa en programa, Myriam se fue convirtiendo poco a poco en una "figura", condición muy deseable para cualquier artista que aspire a una carrera dentro del mundo del espectáculo.
Hasta que comenzó a sentir la necesidad de una proyección original. Myriam Hernández comenzó su carrera a finales de la década de los 80. Tanto su belleza como su voz han llamado la atención de cuantos han presenciado sus actuaciones en directo.
Su talento artístico, sumado a su tenacidad, ilusión y dedicación han sido sus mejores aliados para conseguir que, con su primer disco, Myriam ya fuera reconocida como una de las figuras más destacadas en la música de su país natal, Chile.
El público latinoamericano, la conoció en el Festival Acapulco 92 y quedó sorprendido: en un mundo en que las canciones de amor rebosan de frustraciones, rencores y ansias de revancha, los temas tiernos de Myriam eran un verdadero solaz, un buen romanticismo.
Myriam contrajo matrimonio a los 25 años de edad con el empresario chileno Jorge Saint-Jean el 15 de agosto de 1992 en los salones del Hotel Hyatt. Jorge es también manager de Myriam y ella le ha dedicado algunas de sus canciones. "Muchos me preguntan si es difícil mantener un matrimonio estable mientras eres artista, yo digo que no hay nada imposible, sobre todo cuando como yo, se cree en el amor eterno".
El 17 de noviembre de 1994 nació su primer hijo Jorge Ignacio y el 10 de mayo de 1997 nació su hija Myriam Isidora, para Myriam ser mamá es lo más maravilloso que le ha podido ocurrir en la vida.
Myriam sigue apostando al castellano como la lengua que le ha permitido definir su estilo y ganarse un lugar dentro de un mercado bastante competitivo. Pensando siempre en un público global, nos sigue entregando sus canciones dedicadas al amor en diversos matices, que son un verdadero deleite a nuestros oídos.
Myriam incursionó como modelo y ha conducido programas de televisión en Chile, así como también coanimó el Festival de Viña del Mar durante los tres últimos años, confirmando así, que Myriam es una artista integral y muy profesional en todo lo que se propone hacer, pero ante todo, ella reconoce que su verdadera pasión es el canto.

viernes, 18 de febrero de 2011

Dia de bronca

Compadritos


Compadre: Si no le he escrito, 
perdone... ¡Estoy reventao! 
Ando con un entripao 
que, de continuar, palpito 
que he de seguir derechito 
camino de Triunvirato; 
pues ya tengo para rato 
con esta suerte cochina: 
Hoy se me espiantó la mina, 
¡y si viera con qué gato! 
Sí, hermano, como le digo: 
¡Viese qué gato ranero! 
mishio, roñoso, fulero, 
mal lancero y peor amigo. 
¡Si se me encoge el ombligo 
de pensar el trinquetazo, 
que me han dao! El bacanazo 
no vale ni una escupida, 
y lo que es ella, ¡en la vida 
me soñé este chivatazo! 
Mas, no hay como vivir mucho 
para conocerlas bien: 
no piense que de recién 
se le pegan al más ducho. 
Aunque uno lo crea un pucho, 
al contrario, el buen gavión 
no debe dar ocasión 
al adorno carneril... 
¡Nunca lo crea tan gil 
al que le arruina el buyón! 
Yo los tengo junaos. ¡Viera 
lo que uno sabe de viejo! 
No hay como correr parejo 
para estar bien en carrera. 
Lo engrupen con la manquera, 
con que tal vez ni serán 
del pelotón, y se van 
en fija, de cualquier modo... 
ya no hay caso: ¡se la dan! 
¡Pero tan luego a mi edá 
que me suceda esta cosa! 
Si es p'abrirse la piojosa 
de la bronca que me da. 
Porque es triste, a la verdá 
-el decirlo es necesario- 
que con el lindo prontuario 
que con tanto sacrificio 
he lograo en el servicio 
¡me hayan agarrao de otario! 
Y lo peor es que la cama 
la supieron preparar. 
¡De llegarlo a sospechar 
cómo les dejo el programa! 
Créame: pese a mi fama 
de vivo entré por el cuento... 
Cuando mangié el argumento 
no sé lo que me pasó: 
¡de la bronca que me dio, 
compadre, casi reviento! 
Sí, me la dieron con queso... 
pero no importa, a la larga 
me han de pagar esta amarga 
situación por que atravieso. 
¡Ni qué hablar! lo que es para eso 
-se lo digo sin empacho- 
siempre me tuve por macho 
y ni una duda permito... 
¡Ya verá qué dibujito 
les vi'hacer en el escracho! 
Bueno: ¿que ésta es quejumbrona 
y escrita como sin gana? 
Échele la culpa al rana 
que me espiantó la cartona. 
¡Tigrero de la madona, 
veremos cómo se hamaca, 
si es que el cuerpo no me saca 
cuando me toque la mía! 
¡Hasta luego! 
-¡Todavía 
tengo que afilar la faca! 

Evaristo Carriego

Nació Evaristo Carriego, poeta de Buenos Aires, el día 7 de mayo de 1883, en la ciudad de Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos. 

En la política y en el periodismo entrerrianos, a fines del siglo último figuró con singular relieve un Evaristo Federico Carriego, afamado, sobre todo –y también temido– como polemista. Era el abuelo del poeta. Tuvo un hijo, llamado Evaristo Federico también. Casó este último con doña Angela Giorello, en la misma ciudad de Paraná, y de esa unión nació nuestro poeta, que como el padre y el abuelo, se llamó Evaristo Federico. 

Hasta 1887, Carriego permaneció en su ciudad natal. A los cuatro años de edad, la familia se trasladó a Buenos Aires. Residió dos meses aquí; luego por espacio de dos años, en La Plata, y por último, en 1889, se radicó definitivamente en la capital federal. Tenía entonces el chico seis años y fue enviado a la escuela primaria. Se mostró sumamente aplicado al estudio. Desde el comienzo, dio prueba de una memoria excepcional. Cuentan los suyos, que, a poco de iniciado en la escuela, vino a casa y se puso a leer de corrido las páginas de un texto escolar: las había aprendido de memoria, punto por punto, en una lectura de la maestra. 

La primera escuela a que concurrió, era particular: la de las señoritas Negri, conocidas educadoras argentinas. Cursó en ella los tres primeros grados; del tercero al sexto, estudió en la escuela pública Rodríguez Peña. Concluidos los estudios elementales, inició los secundarios; rindió hasta el tercer año, incluso, en el colegio nacional Sarmiento, entonces denominado colegio nacional Norte. Había mostrado afición por la carrera de las armas, y tentó el ingreso en el Colegio Militar; pero, examinado físicamente resultó corto de vista, por lo que no fue admitido en el instituto. Entonces, dejó todo estudio regular y se dedicó a vagar y a leer a discreción sin guía ni método. 

Por el momento, como puede verse, la vida de Carriego es de una simplicidad exterior absoluta. Su infancia, tuvo hogar, paz, letras y una gran franquicia familiar para tentar la realización de sus aspiraciones. Y así fue toda su vida, plácida exteriormente, sin objeto inmediato y sin motivos de voluntad. Hasta aquella gran capacidad mnemónica y aquella cortedad visual que había revelado de niño, fueron luego sus características más notables. 

Habla Jose "Pepe" Mujica a los intelectuales de su pais


Palabras de José "Pepe" Mujica en el encuentro con los intelectuales, el miércoles 29 de abril de 2009, en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo de Uruguay.
Versión texto:
Queridos amigos:
La vida ha sido extraordinariamente generosa conmigo.
Me ha dado un sinfín de satisfacciones más allá de lo que nunca me hubiera atrevido a soñar.
Casi todas son inmerecidas. Pero ninguna más que la de hoy: encontrarme ahora aquí, en el corazón de la democracia uruguaya, rodeado de cientos de cabezas pensantes.
¡Cabezas pensantes! A diestra y siniestra.
Cabezas pensantes a troche y moche, cabezas pensantes pa’ tirar pa’ arriba.
¿Se acuerdan de Rico Mac Pato, aquel tío millonario del pato Donald que nadaba en una piscina llena de billetes?
El tipo había desarrollado una sensualidad física por el dinero.
Me gusta pensarme como alguien que le gusta darse baños en piscinas llenas de inteligencia ajena, de cultura ajena, de sabiduría ajena.
Cuanto más ajena, mejor.
Cuanto menos coincide con mis pequeños saberes, mejor.
El semanario BÚSQUEDA tiene una hermosa frase que usa como insignia:
“Lo que digo no lo digo como hombre sabedor, sino buscando junto con vosotros”.
Por una vez estamos de acuerdo.
¡Si estaremos de acuerdo!
Lo que digo, no lo digo como chacarero sabiondo, ni como payador leído, lo digo buscando con ustedes.
Lo digo, buscando, porque sólo los ignorantes creen que la verdad es definitiva y maciza, cuando apenas es provisoria y gelatinosa.
Hay que buscarla porque anda corriendo de escondite en escondite.
Y pobre del que emprenda en soledad esta cacería.
Hay que hacerlo con ustedes, con los que han hecho del trabajo intelectual la razón de su vida. Con los que están aquí y con los muchos más que no están.
DE TODAS LAS DISCIPLINAS
Si miran para el costado van a encontrar seguramente algunas caras conocidas porque se trata de gente que se desempeña en espacios de trabajo afines. Pero van a encontrar mucho más caras que les son desconocidas, porque la regla de esta convocatoria ha sido la heterogeneidad.
Aquí están los que se dedican a trabajar con átomos y moléculas y los que se dedican a estudiar las reglas de la producción y el intercambio en la sociedad.
Hay gente de las ciencias básicas y de su casi antípoda, las ciencias sociales; gente de la biología y del teatro, y de la música, de la educación, del derecho y del carnaval.
Y en tren de que no falte nada, hay gente de la economía, de la macroeconomía, de la microeconomía, de la economía comparada y hasta alguno de la economía doméstica.
Todas cabezas pensantes, pero que piensan en distintas cosas y pueden contribuir desde sus distintas disciplinas a mejorar este país.
Y mejorar este país significa muchas cosas, pero desde los acentos que queremos para esta jornada, mejorar el país significa empujar los complejos procesos que multipliquen por mil el poderío intelectual que aquí esta reunido.
Mejorar el país, significa que dentro de veinte años, para un acto como este no alcance el Estadio Centenario, porque al Uruguay le salen ingenieros, filósofos y artistas hasta por las orejas.
No es que queramos un país que bata los récords mundiales por el puro placer de hacerlo.
Es porque está demostrado que, una vez que la inteligencia adquiere un cierto grado de concentración en una sociedad, se hace contagiosa.
INTELIGENCIA DISTRIBUIDA
Si un día llenamos estadios de gente formada va a ser porque afuera, en la sociedad, hay cientos de miles de uruguayos que han cultivado su capacidad de pensar.
La inteligencia que le rinde a un país es la inteligencia distribuida.
Es la que no está sólo guardada en los laboratorios o las universidades, sino la que anda por la calle.
La inteligencia que se usa para sembrar, para tornear, para manejar un autoelevador o para programar una computadora.
Para cocinar, para atender bien a un turista, es la misma inteligencia.
Unos subirán más escalones que otros, pero es la misma escalera.
Y los peldaños de abajo son los mismos para la física nuclear que para el manejo de un campo. Para todo se precisa la misma mirada curiosa, hambrienta de conocimiento y muy inconformista.
Se termina sabiendo, porque antes supimos estar incómodos por no saber.
Aprendemos porque tenemos picazón y eso se adquiere por contagio cultural, casi cuando abrimos los ojos al mundo.
Sueño con un país en el que los padres le muestren el pasto a los hijos chicos y le digan: “¿Sabés qué es eso?, es una planta procesadora de la energía del sol y de los minerales de la tierra”.
O que les muestren el cielo estrellado y hagan piecito en ese espectáculo para hacerlos pensar en los cuerpos celestes, en la velocidad de la luz y en la transmisión de las ondas.
Y no se preocupen, que esos uruguayos chicos igual van a seguir jugando al fútbol. Sólo que, en una de esas, mientras ven picar la pelota puedan pensar a la vez en la elasticidad de los materiales que la hacen rebotar.
CAPACIDAD DE INTERROGARSE
Había un dicho: “No le des pescado a un niño, enséñale a pescar”.
Hoy deberíamos decir: “No le des un dato al niño, enséñale a pensar”.
Tal como vamos, los depósitos de conocimiento no van a estar más dentro de nuestras cabezas, sino ahí afuera, disponibles para buscarlos por Internet.
Ahí va a estar toda la información, todos los datos, todo lo que ya se sabe.
En otras palabras, van a estar todas las respuestas.
Lo que no van a estar es todas las preguntas.
En la capacidad de interrogarse va a estar la cosa.
En la capacidad de formular preguntas fecundas, que disparen nuevos esfuerzos de investigación y aprendizaje.
Y eso está allá abajo, marcado casi en el hueso de nuestra cabeza, tan hondo que casi no tenemos conciencia. Simplemente aprendemos a mirar el mundo con un signo de interrogación, y esa se vuelve la manera natural de mirar el mundo.
Se adquiere temprano y nos acompaña toda la vida.
Y sobre todo, queridos amigos, se contagia.
En todos los tiempos, han sido ustedes, los que se dedican a la actividad intelectual, los encargados de desparramar la semilla.
O para decirlo con palabras que nos son muy queridas: ustedes han sido los encargados de encender la admirable alarma.
Por favor, vayan y contagien.
¡No perdonen a nadie!
Necesitamos un tipo de cultura que se propague en el aire, entre en los hogares, se cuele en las cocinas y esté hasta en el cuarto de baño.
Cuando se consigue eso, se ganó el partido casi para siempre. Porque se quiebra la ignorancia esencial que hace débiles a muchos, una generación tras otra.
EL CONOCIMIENTO ES PLACER
Necesitamos masificar la inteligencia, primero que nada para hacernos productores más potentes. Y eso es casi una cuestión de supervivencia.
Pero en esta vida, no se trata sólo de producir: también hay que disfrutar.
Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura no sólo hay esfuerzo sino también placer.
Dicen que la gente que trota por la rambla, llega un punto en el que entra en una especie de éxtasis donde ya no existe el cansancio y sólo queda el placer.
Creo que con el conocimiento y la cultura pasa lo mismo. Llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute.
¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente!
Qué bueno sería, si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente, hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales.
No porque sea elegante sino porque es placentero.
Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines.
¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices!
Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de Shopping centers.
En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa nueva y de cajas de electrodomésticos…
No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible.
Digo que también podemos pensar en un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción.
Despilfarrar no es lo que hacen las sociedades más maduras. Vayan a Holanda y vean las ciudades repletas de bicicletas. Allí se van a dar cuenta de que el consumismo no es la elección de la verdadera aristocracia de la humanidad. Es la elección de los noveleros y los frívolos.
Los holandeses andan en bicicleta, las usan para ir a trabajar pero también para ir a los conciertos o a los parques.
Porque han llegado a un nivel en el que su felicidad cotidiana se alimenta tanto de consumos materiales como intelectuales.
Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento.
En paralelo, mi modesta contribución va a ser tratar de que los uruguayos anden de bicicleteada en bicicleteada…
INCONFORMISMO
Les pedía antes que contagien la mirada curiosa del mundo, que está en el ADN del trabajo intelectual.
Y ahora agrando el pedido y les ruego que contagien inconformismo.
Estoy convencido que este país necesita una nueva epidemia de inconformismo como la que los intelectuales generaron décadas atrás.
En el Uruguay, los que estamos en el espacio político de la izquierda somos hijos o sobrinos de aquel semanario Marcha del gran Carlos Quijano.
Aquella generación de intelectuales se había impuesto a sí misma la tarea de ser la conciencia crítica de la nación. Anduvieron con alfileres en la mano pinchando globos y desinflando mitos.
Sobre todo el mito del Uruguay multicampeón.
Campeón de la cultura, de la educación, del desarrollo social y de la democracia.
¡Qué íbamos a ser campeones de nada!
Y menos en esos años, en las décadas de los cincuenta y sesenta, donde el único récord que supimos conseguir fue la del país de Latinoamérica que menos creció en veinte años.
Sólo nos superó Haití en ese ranking.
Esos intelectuales ayudaron a demoler aquel Uruguay de la siesta conformista.
Con todos sus defectos, preferimos esta etapa, donde estamos más humildes y ubicados en la real estatura que tenemos en el mundo.
Pero tenemos que recuperar aquel inconformismo y tratar de metérselo debajo de la piel al Uruguay entero.
Antes les decía que la inteligencia que le sirve a un país es la inteligencia distribuida.
Ahora les digo que el inconformismo que le sirve a un país es el inconformismo distribuido.
El que ha invadido la vida de todos los días y nos empuja a preguntarnos si lo que estoy haciendo no se puede hacer mejor.
El inconformismo está en la naturaleza misma del trabajo que ustedes hacen.
Se precisa que se nos haga a todos una segunda naturaleza.
Una cultura del inconformismo es la que no nos deja parar hasta conseguir más kilos por hectárea de trigo o más litros por vaca lechera.
Todo, absolutamente todo, se puede hacer hoy un poco mejor que ayer.
Desde tender la cama de un hotel a matrizar un circuito integrado.
Necesitamos una epidemia de inconformismo. Y eso también es cultural, eso también se irradia desde el centro intelectual de la sociedad a su periferia.
Es el inconformismo el que ha ganado el respeto a pequeñas sociedades y a lo que hacen.
Ahí andan los suizos, cuatro gatos locos como nosotros, que se dan el lujo de andar por ahí vendiendo calidad suiza o precisión suiza.
Yo diría que lo que de verdad venden es inteligencia e inconformismo suizos, ese que tienen desparramado por toda la sociedad.
LA EDUCACION ES EL CAMINO
Y amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación.
Y mire que es un puente largo y difícil de cruzar.
Porque una cosa es la retórica de la educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo.
Las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas.
Pero hay que hacerlo.
Se lo debemos a nuestros hijos y nietos.
Y hay que hacerlo ahora, cuando todavía está fresco el milagro tecnológico de Internet y se abren oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento.
Yo me crié con la radio, vi nacer la televisión, después la televisión en colores, después las transmisiones por satélite.
Después resultó que en mi televisor aparecían cuarenta canales, incluidos los que trasmitían en directo desde Estados Unidos, España e Italia.
Después los celulares y después la computadora, que al principio sólo servía para procesar números.
Cada una de esas veces, me quedé con la boca abierta.
Pero ahora con Internet se me agotó la capacidad de sorpresa.
Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda por primera vez.
O como los que vieron el fuego por primera vez.
Uno siente que le tocó en suerte vivir un hito en la historia.
Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los museos; van a estar a disposición, todas las revistas científicas y todos los libros del mundo.
Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo.
Es abrumador.
Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan nadar en ese torrente.
Hay que subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua.
Lo conseguiremos si está sólida esa matriz intelectual de la que hablábamos antes.
Si nuestros chiquilines saben razonar en orden y saben hacerse las preguntas que valen la pena.
Es como una carrera en dos pistas, allá arriba en el mundo el océano de información, acá abajo preparándonos para la navegación trasatlántica.
Escuelas de tiempo completo, facultades en el interior, enseñanza terciaria masificada.
Y probablemente, inglés desde el preescolar en la enseñanza pública.
Porque el inglés no es el idioma que hablan los yanquis, es el idioma con el que los chinos se entienden con el mundo.
No podemos estar afuera. No podemos dejar afuera a nuestros chiquilines.
Esas son las herramientas que nos habilitan a interactuar con la explosión universal del conocimiento.
Este mundo nuevo no nos simplifica la vida, nos la complica.
Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación.
No hay tarea más grande delante de nosotros.
EL IDEALISMO AL SERVICIO DEL ESTADO
Queridos amigos, estamos en tiempos electorales.
En benditos y malditos tiempos electorales.
Malditos, porque nos ponen a pelear y a correr carreras entre nosotros.
Benditos, porque nos permiten la convivencia civilizada.
Y otra vez benditos, porque con todas sus imperfecciones, nos hacen dueños de nuestro destino. Aquí todos aprendimos que es preferible la peor democracia a la mejor dictadura.
En los tiempos electorales, todos nos organizamos en grupos, fracciones y partidos, nos rodeamos de técnicos y profesionales, y desfilamos frente al soberano.
Hay adrenalina y entusiasmo.
Pero después, alguien gana y alguien pierde.
Y eso no debería ser un drama.
Con unos o con otros, la democracia uruguaya seguirá su camino e irá encontrando las fórmulas hacia el bienestar.
Nos toque el lugar que nos toque, allí vamos a estar tratando de poner el hombro.
Y estoy seguro de que ustedes también.
La sociedad, el Estado y el Gobierno precisan de sus muchos talentos.
Y precisan aún más de su actitud idealista.
Los que estamos aquí, nos acercamos a la política para servir, NO para servirnos del Estado.
La buena fe es nuestra única intransigencia. Casi todo lo demás es negociable.
Gracias por acompañarme.