La era de la desfachatez
Por Beatriz Sarlo | Para LA NACION
Una historia futura del costumbrismo político podría ubicar el reciente
discurso de Boudou como el comienzo explícito de la "era de la desfachatez". Me
atrevería a discutir esa fecha fundacional. Boudou merece pasar a la historia,
pero el suyo no es el primer capítulo. Su performance decadente y toda su
personalidad pública son producto de algo que viene de más lejos. Por cierto,
esto no lo exime moralmente, porque eligió ser lo que es.
Propongo otro primer capítulo. Cuando la revista Noticias sacó en tapa
a María Julia Alsogaray envuelta en pieles, fue la hora cero de ese viraje
cultural que iba a permitirlo todo. Esas pieles esponjosas no cubrían a la mujer
de la elite política, sino a una hipotética cortesana del semimundo de las
alcobas presidenciales. No era una instantánea robada a la intimidad, sino una
toma producida en Las Leñas, con los retoques y brillitos de una fotografía de
vedette. Criticada pero incólume, la fotografiada siguió dirigiendo la
privatización de los teléfonos. Esto da muchas pistas sobre lo que ya entonces
era asimilable. El menemismo corrió los límites, así como la dictadura los
amplió en el extremo de la crueldad.
El menemismo no sólo era un régimen sobresaliente por la corrupción, aunque
haya sido María Julia Alsogaray la única que pagó con sentencia firme (purgando
también la maldición de un apellido), mientras quedó impune la voladura de un
polvorín y, casi, de un pueblo entero para ocultar un contrabando de armas
organizado desde el gobierno. El menemismo no fue sólo un régimen donde esas
cosas sucedían, mientras la Argentina productiva se derrumbaba. También fue el
régimen que permitió la impunidad en las costumbres de los poderosos y, en
primer lugar, de los gobernantes. Con el menemismo se difunde la idea de que no
hay reglas, sino discursos que explican lo que, combinando lo negativo y lo
supuestamente positivo, se llamó "transgresión". Paradójicamente, esa palabra,
en vez de caer con Menem, se recicló para aplicársela a Kirchner como
descripción de una virtud.
Los ricos fueron fashion . A la inversa de lo que sucede en algunos
países capitalistas, la tendencia argentina fue parecer incluso más ostentoso
que millonario, si esto era posible. En algunas democracias europeas, sobre todo
las nórdicas, los ricos (que entregan buena parte de sus ganancias como
impuestos directos sobre sus personas físicas) consideran de mal tono las
exhibiciones resplandecientes, los objetos brillosos y las marcas demasiado
visibles. A veces, aunque cada vez más raramente, conservan huellas de una
pretérita discreción. Gastan, pero también contribuyen con millones a obras
comunitarias. Se sabe que esa hipocresía o esa moral son preferibles al cinismo
del todo vale. En Francia, el estilo de Sarkozy, típico de la burguesía de
banqueros y nuevos capitalistas de Neuilly, fue caratulado como bling-bling
. No era una crítica al capitalismo sino a los modales groseros, el
desenfado en el gasto personal y las amistades vistosas, propietarias de yates
descomunales.
Desde el menemismo quedó legitimada la cultura de la riqueza. Sus triviales
hitos fueron una pista de aterrizaje internacional, incongruente en medio de una
provincia miserable; los trajes brillantes, el cuello de camisa italiano y el
nudo de corbata windsor convertidos en uniforme administrativo; el champagne, y
una Ferrari roja apta para transgredir velocidades máximas en la carretera
(probando el absurdo de los bólidos supercaros). La crítica al gobierno de Menem
ha sido por las consecuencias desoladoras sobre la estructura social y
productiva. No nos hemos ocupado suficientemente de una transformación cultural,
cuyos orígenes están antes pero que el menemismo coronó con la impunidad
judicial y la victoria simbólica.
Cuando llegó del exilio, David Viñas, que tenía un ojo sagaz para percibir lo
social, preguntaba: ¿quiénes son estas gentes? Caminábamos por Recoleta y Viñas
no reconocía lo que, quince años antes, había visto allí. ¿Quiénes son estas
gentes? Eran los enriquecidos de la dictadura, que se cruzaban con los viejos
ricos que, en la Argentina, pocas veces han tenido prejuicios aristocráticos
cuando se trata de dinero o poder. Viñas también había visto "esa gente" cuando
estaba exiliado en Madrid y llegaban los turistas con los dólares de la tablita
de Martínez de Hoz. Lo que entonces se descubría como novedad se coronó desde el
gobierno en los años del menemismo. El capitalismo argentino, que nunca fue muy
virtuoso y que no se comporta correctamente sin vigilancia, controles,
fiscalizaciones públicas y estatales, organizó un gigantesco carnaval para
pudientes.El kirchnerismo, que dio varias batallas culturales, no rompió con el glam del menemismo. No voy a referirme a la Presidenta. Néstor Kirchner se había enriquecido durante los años anteriores y siguió aumentando sus bienes; sin embargo, su estilo desgalichado era todavía el que llevó a la unidad básica "Los muchachos peronistas", a comienzos de los años 80. Al mismo tiempo, su idea de fortalecer un capitalismo local no tomó precauciones éticas. Los amigos se trasmutaron vertiginosamente en empresarios. En todas partes hay capitalistas del juego, pero no en todas partes tienen esa cercanía con el presidente, para mencionar el ejemplo más conocido. Kirchner anduvo siempre a los manotazos con los capitalistas. Los favoreció, los cooptó, los presionó, les concedió prebendas, se las quitó. Cuando Kirchner viajó por primera vez a España, según dichos de los empresarios que escucharon sus intervenciones, "los puso a parir": es decir que les exigió capitalismo emprendedor, el que necesitaba la Argentina.
Los estilos personales marcan la política. Alfonsín, un hombre modesto; Menem, un sensual, que no interponía barreras entre lo público y lo privado. A Kirchner le gustaba demasiado la acumulación de una fortuna personal para ponerse a dar sermones. A veces lo hacía. A veces, como en el caso del campo, le salió mal.
El estilo tardocapitalista del burgués flamígero, el burgués de relojes, autos y pisos lujosos, casas vulgares con muchos baños, cruceros y ropa de marca, es un estilo de época. Unicamente se modera en aquellos lugares donde el capitalismo tiene la mala conciencia de las desigualdades que genera y no sólo la buena conciencia de las oportunidades que promete. En Berlín, vi a los rusos, en bandas de ricachones felices, comprando pieles y joyas como si la ciudad fuera un supermercado; y también andan peleándose por los pisos frente a Central Park, como si se tratara de miniaturas. Otros países capitalistas no aprueban este dispendio ostentoso que a veces sirve para fogonear el sistema y otras veces para fundirlo. Pero que siempre es insultante allí donde hay un 20% de pobres, o más, como en la Argentina.
Una cultura del "todo vale" se compatibiliza bien con un capitalismo del todo vale, empezando por la corrupción y los negocios de amigos. Es complicado hacer un corte entre el tardocapitalismo y su cultura. El fracaso de otro tipo de organización económica ha demostrado su incompatibilidad no sólo con la democracia sino también con el crecimiento. Pero el capitalismo todavía tiene una doble deuda que no es seguro que pueda cubrir: la decadencia de su cultura en términos éticos y de solidaridad, por una parte; la banalidad de sus principales emblemas de consumo, por la otra.
Boudou pertenece a esta clase de sujetos inconscientes del agravio que
produce su perfecta comodidad en el corazón de la cultura tardocapitalista.
Tampoco percibe el agravio de su superficialidad. No irrita tanto porque,
simplemente, existe Tinelli que concentra la indignación y permite soportar todo
lo demás como si fuera un mal menor. Pero Tinelli no es vicepresidente.
Boudou exhibe una mentalidad arrasada. Esto es así aunque la Justicia pruebe
su inocencia. La revista, pagada con avisos del Estado, que publicó su pareja,
despliega gráficamente la extravagante superficialidad del medio en que
prospera. Sobre un escenario como guitarrista de una banda, hoy no enciende el
escándalo que atizó María Julia Alsogaray simplemente porque han pasado dos
décadas y se ha hecho más profunda la herida de una cultura que se fortaleció en
los años 90 y cuyos efectos sobre el imaginario no se han contradicho. Con
campera de cuero, Boudou va desnudo sobre su Harley Davidson, por las calles
semidesiertas de Puerto Madero.
Biografia de Beatriz Sarlo
Beatriz Sarlo (n. Buenos Aires, 1942) es una ensayista nacida en Argentina en el ámbito de la crítica literaria y cultural. Está casada con el director de cine Rafael Filipelli.
Trabajó en el Centro Editor de América Latina. Fue profesora de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Dictó cursos en las universidades de Columbia, Berkeley, Maryland y
Minnesota, fue fellow del Wilson Center en Washington y "Simón Bolívar
Professor of Latin American Studies" en la Universidad de Cambridge. Es
parte del grupo de intelectuales críticos latinoamericanos; se centra en
los estudios sobre la posmodernidad del subcontinente, a la que llamó modernidad periférica. El libro del mismo título junto a Escenas de la vida posmoderna
le han valido la consagración dentro del campo académico. Aparte de sus
textos, sus columnas- en las principales revistas de cultura de Argentina y Latinoamérica-
tratan las transformaciones socio-culturales devenidas tanto de la
crisis de la modernidad como de los efectos del neoliberalismo. La forma
en que- en términos de Karl Marx-
se produce la reificación de los códigos sociales da paso para entender
cómo es el capital un ordenamiento en detrimento de las obsoletas y
decadentes instituciones sociales en la actualidad.
El shopping, si es un buen shopping, responde a un ordenamiento
total pero, al mismo tiempo, debe dar una idea de libre recorrido: se
trata de la ordenada deriva del mercado (...) Sólo los niños muy
pequeños pueden perderse en un shopping, porque un accidente puede
separarlos de otras personas y esa ausencia no se equilibra con el
encuentro de mercancías.
Esta crisis de las instituciones (con todo su espacio público)
representa un giro a la modernidad periférica; trata sobre la puesta en
suspenso de la imitación de la modernidad. En este sentido, comparte un
lugar en el análisis de la cultura latioamericana actual junto a autores
como Néstor García Canclini o Jesús Martín-Barbero.
A principios del año 2012 firmó junto a otras figuras intelectuales
argentinas un Documento en el cual critica la política oficial argentina
sobre el tema de las Islas Malvinas y advierte que los habitantes de
las islas también son "sujetos de derechos" y merecen ser escuchados.
Durante el mes de Marzo de 2012, en vísperas de la Celebración del
30° Aniversario de la Guerra de Malvinas, el grupo de intelectuales (que
incluye a Marcos Aguinis, Emilio de Ípola, Pepe Eliaschev, Rafael
Filippelli, Roberto Gargarella, Fernando Iglesias, Santiago Kovadloff,
Gustavo Noriega, Marcos Novaro, José Miguel Onaindia, Vicente Palermo,
Eduardo Antín (Quintín), Luis Alberto Romero, Daniel Sabsay, Beatriz
Sarlo, Juan José Sebreli, Graciela Fernández Meijide, entre otros.)
firmó otro Documento en el cual desaprueban que el 2 de abril haya sido
declarado 'Día del veterano y los caídos en la guerra en Malvinas' por
evocar el episodio impulsado por la última dictadura como positivo y por
exaltar un 'nacionalismo retrógrado'.
En el acto central por el Día de los Veteranos y los Caídos en las
Islas Malvinas, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner cuestionó
el planteamiento del grupo de intelectuales, calificándolos de "voces
minoritarias" que "intentan desmerecer el reclamo de soberanía" sobre el
archipiélago.